"Las montañas siguen allí"

Retirado ya de los avatares empresariales, Pedro Algorta fue un ejecutivo importante en Techint, luego en la maltería Quilmes, y más tarde en Bodegas y Viñedos Peñaflor, donde llegó a gerente general. Pocos sabían, en aquellos años en que se destacaba como directivo de empresas, que era uno de los 16 sobrevivientes de la “tragedia de los Andes”, ocurrida en 1972. No es raro: él no habló del tema durante todos esos años. Pero ahora decidió, “un homenaje a los que me han conocido haciendo mi vida normal, pero nunca se animaron a decirme nada”, contar su experiencia y las lecciones que lo ayudaron en su vida y en su profesión. Editorial Sudamericana presentó “Las montañas siguen allí”, de Pedro Algorta, quien nació en Montevideo, en 1951 y luego de la tragedia se radicó en Ciudad de Buenos Aires, donde se graduó de Licenciado en Economía en la UBA, y realizó un MBA en Stanford University, en USA. Aquí el inicio de su libro:


"(...) En estos sesenta y dos años de vida, y cuarenta y tantos años de segunda vida, me pasaron y pensé muchas cosas que tienen que ver con este hecho tan significativo para mí. Todo está en este libro, muchas veces en forma explícita, pero la mayoría de las veces flotando entre líneas, como es el caso de toda historia testimonial contada con el corazón en la mano. (...)"
N. de la R.: El 12 de octubre de 1972, el Fairchild Hiller FH-227 perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya partió del Aeropuerto Internacional de Carrasco transportando al equipo de rugby del club de exalumnos del Colegio Stella Maris de Montevideo, que se dirigía a jugar un partido contra el Old Boys (de Santiago de Chile). El accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, conocido popularmente como el «milagro de los Andes», ocurrió el viernes 13 de octubre de 1972, cuando el avión militar con 40 pasajeros y 5 tripulantes que conducía al equipo de rugby Old Christians ―formado por alumnos del colegio uruguayo Stella Maris― se estrelló en un farallón de la cordillera de los Andes en Mendoza (Argentina), a 3.500 metros sobre el nivel del mar, en ruta hacia Santiago de Chile. De las 45 personas en el avión, 13 murieron en el accidente o poco después (entre ellos 4 de los 5 miembros de la tripulación); otros 4 habían fallecido a la mañana siguiente, y el 8vo. día, murió una pasajera de nombre Susana Parrado debido a sus lesiones.
 
 
por PEDRO ALGORTA
 
El verano pasado fui a visitar a Nando (1) en Punta del Este, con el objetivo de que leyera mi manuscrito y pedirle que escribiera unas líneas para la contratapa de este libro. Nando me dijo que lo leería y eventualmente escribiría con gusto unas líneas.
 
Después de una cordial y agradable reunión me acompañó hasta la puerta de su casa para despedirme, y mientras caminaba delante de mí miré sus piernas flacas y cansadas y me estremeció imaginarme a esas mismas piernas dando pasos de gigante en la montaña. Pero quedé totalmente desconcertado cuando vi unas feas cicatrices cerca de sus pantorrillas y talones. No sabía que Nando tenía sus piernas lastimadas mientras caminaba por los Andes e imaginé que las heridas se habían producido después. 
 
“¿Cómo te hiciste esas heridas? ¿Fue en una moto o tuviste un accidente de auto?”, le pregunté confundido mirando sus lastimaduras intentando a su casa buscar una confirmación que me tranquilizara. 
 
“No, Pedro, me las traje de la montaña”, contestó. 
 
Me quedé petrificado. Descubrir esas heridas 42 años después me conmovió profundamente al imaginarlo caminando con Roberto (2) montaña, desesperados, heridos y al límite de sus fuerzas, buscando una salida para ellos y para nosotros. Sabía que había sido una hazaña inmensa pero hacerlo con heridas sangrantes en sus piernas me pareció que agregaba aún más valor a algo que ya no admite adjetivos.
 
Yo no tengo cicatrices visibles ni caminé 10 días por la montaña, pero estuve 70 días viviendo bajito, luchando por sobrevivir. Con el tiempo que ha transcurrido, a medida que corremos el velo protector que nos protege, nuestras heridas aparecen y como las de Nando, magnifican lo que vivimos en los Andes. 
 
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“¡No irás a escribir otro libro más sobre el tema de los Andes!, ¿No está todo dicho ya?”, me dijo mi hermano Santiago al enterarse de que estaba trabajando en este proyecto. 
 
¿Otro libro más? Pues sí, éste es otro libro sobre lo que nos pasó en Los Andes. Lo escribo porque creo que no está todo dicho y siento que tengo algo más para decir. Falta contar cómo viví yo mis 70 días en la cordillera y cómo llevé mi montaña después en mi vida personal; pero lo quiero contar como me hace sentido a mí.
 
Quiero dejar escrito mi testimonio y algunas reflexiones con más de cuarenta años de perspectiva. Me importa dar mi visión personal de esos 70 días, de la lucha por sobrevivir día a día, y cómo fue que entre todos, con dificultades y mucho trabajo pudimos construir esa máquina de sobrevivencia, que fue nuestro cuerpo colectivo en la montaña.
 
Lo hago porque me gusta contarlo, porque me hace bien. De hecho al escribirlo me he podido conectar nuevamente con la montaña y me he conmovido al evocar los momentos del accidente, las decisiones importantes, la lucha diaria por sobrevivir, la rutina pequeña del día a día y la caminata final de Nando y Roberto mientras nosotros los esperábamos en el avión. También me emocioné con el recuerdo de mi padre buscándome sin esperanza y con nuestra salida de los Andes listos para enfrentar otros desafíos.
 
Al final, me he dado cuenta que la montaña todavía me acompaña, está conmigo, se mueve y me sigue conmoviendo. 
 
Pero ya pasó, he aprendido a vivir con ella; ya no molesta y me ha dejado vivir mi vida normal por más que a veces me emociono y me avisa que todavía está. 
 
También soy consciente de que a mucha gente le impacta nuestra historia y que escucharla le ayuda a poner sus propias montañas en perspectiva y a tomar fuerzas para superar su propia adversidad. 
 
En estos sesenta y dos años de vida, y cuarenta y tantos años de segunda vida, me pasaron y pensé muchas cosas que tienen que ver con este hecho tan significativo para mí. Todo está en este libro, muchas veces en forma explícita, pero la mayoría de las veces flotando entre líneas, como es el caso de toda historia testimonial contada con el corazón en la mano. 
 
En mi recuerdo despojado y limitado de lo que pasó en Los Andes está también lo que es más difícil resolver, lo que sigue quedando como un misterio.
 
¿Por qué sobreviví yo y no algunos de mis hermanos de la montaña que estaban mucho mejor preparados o que después en sus vidas podrían haber hecho aportes importantes? 
 
¿Cuál es la fuerza que nos hacía vivir un día más y que nos llevó hasta el final?
 
¿Cómo hicimos para conformar un verdadero equipo de trabajo cuando cada uno en el fondo quería sobrevivir él?
 
¿Dónde está hoy la montaña en mi vida?
 
¿Dónde está la cicatriz por las decisiones que tomamos para vivir?
 
¿Dónde está el duelo no hecho por mis amigos que no volvieron?
 
¿Cómo hicimos para soportar tanta tensión? 
 
Algunas de estas preguntas tienen un inicio de respuesta y otras no porque ni yo mismo las sé. 
 
Mi experiencia de los Andes fue un momento especialmente límite y difícil, de mucho trabajo, de dolor, oscuro, de vivir bajito, de estar en contacto con las manifestaciones vitales más básicas, de convivir con la muerte y de sobrevivir casi sin darme cuenta, instintivamente. Mi vida después de Los Andes fue distinta, llena de oportunidades y realizaciones, con una linda familia y buenos trabajos, donde no he dejado cosas por hacer y crecer. Pero también, una vida con otras montañas, donde lo vivido en los Andes sirvió para saber que ante las nuevas montañas solo hay que empezar a caminar.
 
Porque no son dos vidas contrapuestas. Son parte de lo mismo. Hoy, con más perspectiva, intento integrarlas, hacer una síntesis, reconocer que las he vivido y que no las puedo separar. 
 
Con más de 40 años de distancia, los recuerdos son borrosos, confusos y quedan básicamente imágenes muchas veces mezcladas por lo que se ha escrito o dicho después. El tiempo y todo lo que hemos vivido han borrado los límites y contornos de nuestras memorias. Las heridas existen pero han cicatrizado y nuevas experiencias y más heridas tenemos sobre las viejas heridas que ya teníamos. A veces, las cicatrices son tantas que no las podemos identificar. Lo bueno es que no vivo sobresaltado por los recuerdos ni nos atemorizan viejos fantasmas. Eso ya pasó. Pero ahora, miro hacia atrás y conecto puntos, de lo que éramos y lo que somos, y la historia adquiere un nuevo sentido.
 
Obviamente este libro no es una novela ni nada por el estilo: es mi historia, la historia de mi vida, la que me permite construir sentido. Es la historia de mi supervivencia en Los Andes y lo que hice después con la montaña a cuestas. Es mi lucha por hacer mi vida normal, con la montaña moviéndose en la mochila. Pero no es la única historia de los Andes. 
 
De hecho cada uno de los 16 sobrevivientes, tiene la suya. Ésta es la mía.
 
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Estimado lector: este libro está organizado en dos partes. 
 
La primera está relacionada directamente con el episodio de los Andes. En ellos encontrarás un relato de lo que nos sucedió, tal como yo le he vivido. También aparece lo que me pasó después del rescate,que como verás, se mezcla bastante con mi vida normal. 
 
La segunda parte contiene algunas de mis reflexiones, organizadas por temas y no como un simple testimonio vivencial. 
 
Finalmente me permito sacar algunas conclusiones, intentando hacer un resumen de lo que no debería ser resumido.
 
Desde ya, agradezco tu interés en esta novela (que no es una novela) sobre mi montaña, donde podría haberme quedado pero de la que porfiadamente quise salir. Espero que me acompañes hasta el final.
 
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(1). Fernando Parrado.
 
(2). Roberto Canessa.

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