El prestigio de los trasgresores.


El atrevimiento y la osadía de cometer una transgresión en ciertas figuras de realidad y ficción del pasado, generaba no sólo la admiración del hombre común, sino también les daba una imagen de prestigio a los trasgresores.

El siglo XIX, removido en sus cimientos por aquel gran trasgresor que fue Napoleón, fué rico en esos seres que no se llevaban bien con las reglas, las rompían constantemente, pero no por capricho, sino porque ellos obedecían a otra ley que era su propia verdad. Como Lord Byron, que despreciaba toda norma moral, que llevó una vida de rebeldía exaltada. Y así también eran todos los personajes literarios de esa época, porque causaban admiración.

La figura de Nietzsche, es clave en la expresión de esta posición mental, que impulsa y robustece la figura del trasgresor.
Como también lo fueron, entre las mujeres, las transgresoras Greta Garbo y Marlene Dietrich con sus habituales papeles de heroínas más allá de las convenciones. Como tantas otras figuras admiradas.

El culto que el hombre común les profesaba a los trasgresores, movía a que los escritores le otorguen esos rasgos a sus héroes, por muy del lado de la ley y el orden que estuviesen. Sherlok Holmes, cuando se aburría, acostumbraba a inyectarse cocaína, algo escandaloso, en aquella época mucho más todavía que ahora.

En la segunda mitad del siglo, el panorama cambia radicalmente. La disolución de las normas morales, su sustitución por una contra moral, nos llevó a una situación en que las figuras de esos "hombres superiores", esos rebeldes románticos, resultan carentes de sentido, y hasta un tanto ridículas.

En sociedades donde todo lo que antes era corrupción ahora se acepta y legaliza; donde el consumo de droga se generaliza; los asesinos son más cuidados que los honestos, y donde la trasgresión se hizo norma, nada parece grave.

Y es que la trasgresión perdió todo su prestigio al convertirse en costumbre aceptada. La excepción hoy es admitida como norma.

Hay otro fenómeno que se da. Transgredir y criticar las transgresiones es un hábito que casi todos tenemos. Reconocemos que incumplimos las normas, pero condenamos que otros hagan lo mismo
Exceder los límites de velocidad en la calle, colarse en lugar de esperar el turno, copiarse en un examen, evadir impuestos, viajar en transporte público sin pagar, quedarse con un vuelto... Todas éstas son transgresiones que la mayoría de los porteños admitimos haber cometido alguna vez. Lo sorprendente es que esas mismas personas rechazan y se manifiestan preocupadas por el grado en que “la sociedad argentina” incumple las normas.

Hay casos en los que las personas se desvían de la norma para obtener un beneficio directo, como copiarse en un examen o quedarse con un vuelto. Eso es grave, pero más preocupantes son los casos en los que las consecuencias de transgredir las normas no traen un beneficio para nadie y perjudican a todos, como no cumplir las normas de tránsito, tirar basura o dejar los baños sucios

A este desinterés por lo colectivo se agrega, sin embargo, un discurso que lo condena. Una encuesta revela que el 92,4% de la gente cree que es grave que no respetemos las normas. Esto refleja que hay una doble moral: hay una abrumadora conciencia de que estos comportamientos son muy negativos y dañinos para la sociedad, pero al mismo tiempo se los practica ampliamente. Hay cierto cinismo. Todos criticamos a los políticos porque persiguen el beneficio personal y no les preocupa el bien común, pero nosotros hacemos lo mismo. Según comentaron los investigadores, los encuestados de mayor edad se mostraban en general más avergonzados al reconocer sus malas costumbres, pero entre muchos jóvenes se percibía cierto orgullo en la trasgresión.

Los sociólogos explican que el problema es que nuestra sociedad tiene una orientación individualista. No enseñamos a los chicos el apego al bien común, sino la salvación individual.

La transgresión como práctica normal puede responder directamente a nuestra concepción de la autoridad. Porque tenemos una larga tradición de ver a la autoridad como ilegítima.

Y por otro lado están las trasgresiones a las normas personales que cada uno se impone. Porque lo que ocurre es que vamos evolucionando, nos vamos reacomodando, readaptando y lo que antes dábamos por algo inquebrantable de parte nuestra, ahora lo tomamos como algo más flexibles... En realidad estamos cambiando nuestras normas... ya no son las mismas que antes y eso demuestra apertura.

Estos ajustes son recurrentes en cualquier ser humano desde la adolescencia y representan el fundamento del crecimiento.

Por eso uno transgrede cuando se explora; y eso se da en la adolescencia y la primera juventud, en donde ser joven y no ser rebelde es una contradicción, porque uno se está formando mentalmente.

Las normas personales se transgreden todo el tiempo cuando en nuestra forma de vestir adoptamos una moda, cuando hablamos con determinado acento por mimetizar otra cultura, cuando nos permitimos dudar de los paradigmas que nos impusieron en nuestra educación. Hay como en todo, transgresiones más violentas o significativas; así, el replantear las creencias, los valores y deseos, supone ajustes más agresivos.

La transgresión casi siempre se manifiesta como la salida ante un reclamo insatisfecho. Cuando el cambio permite la búsqueda de la felicidad, la transgresión entonces es buena. Pero si implica dolor o decadencia, existe el peligro de no salir bien parados.

Tal vez hay que tener intuición para permitirnos transgredir algunas normas, de vez en cuando....Pero cuando la transgresión es habitual se vuelve regla ya no es tan buena. Tener un orden interno nos orienta para vivir, para relacionarnos, para aprender. Para eso sirven las estructuras, para construir sobre una base cierta. Y entonces, transgredir ocasionalmente las propias normas puede favorecer la creatividad, en una mayor situación de apertura.

Hay situaciones en las que no se puede elegir una opción perfecta. Puede ocurrir que dos valores se contrapongan. Por ejemplo: verdad y bien. Hay que decir la verdad, pero si con la verdad lastimo, tal vez sea mejor trasgredir la norma de la verdad.

¿Sos o fuiste un trasgresor? ¿O sos de los que se adaptan estrictamente a las normas? ¿Vivís trangrediendo o lo haces ocasionalmente por alguna noble causa? Tenes muy fuertemente arraigado el “deber ser” o te manejas por tus emociones?.

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