En favor de Ricardo Fort
Pensamientos incorrectos
Por Rolando Hanglin
Vi por primera vez a Ricardo Fort en el programa Animales sueltos, de Alejandro Fantino, en el que desfila una cantidad de bellas mujeres y tipos graciosos para conversar sobre temas adultos.
Ricardo, por aquel entonces un desconocido al que se anunciaba simplemente como "el millonario", llamaba la atención por la serenidad con que explicaba su prosperidad económica. En nuestro país, lo común es que toda persona rica se esconda tras un disfraz de modestia, o por lo menos disimule sus millones. Por lo general, los ricos ponen cara de víctimas y aseguran: "Yo trabajo mucho, sufro mucho, me estreso mucho?por eso soy rico". Y la última palabra la dicen en voz muy bajita, como tragando las letras. Es que en la Argentina da vergüenza ser rico: los afortunados temen que se los acuse de adquirir ilegalmente sus bienes, y en cualquier caso sienten la torva mirada de la envidia. Para los políticamente correctos, rico significa insensible, egoísta, malo, frívolo y explotador.
Fort razonaba de un modo completamente distinto. Explicaba con alegría la cantidad de dólares que gastaba cada noche, las botellas de champán que compartía, y su curiosa costumbre de emprender viaje repentinamente rumbo a París, a Moscú, o a Nueva York, invitando consigo a diez o doce amigos (incluidos sus cinco guardaespaldas) para luego hacerse cargo de la cuenta en los mejores hoteles, los mejores restaurantes, las discotecas más superpobladas de chicas jóvenes, monas, semidesnudas y ansiosas de encontrar amigos.
Aparte de este pormenor, Ricardo Fort mostraba un cuerpo poco común. Hombros de físicoculturista, pescuezo doble, mandíbula curiosamente ancha, peinado tipo Miami. En fin, todo el aspecto de un personaje del comic americano.
Y sin embargo hablaba como argentino, bien argentino.
La historia de Fort y sus millones, una vez contada, tiene pocos misterios: el muchacho (44 años) es heredero de una familia de industriales del chocolate. Sus abuelos, sus padres y sus hermanos cultivan el perfil bajo. Administran bienes importantes sin llamar la atención. Ricardo tuvo la mala suerte de nacer con inquietudes artísticas en una familia perfectamente burguesa, en la que nadie desentona. Entre los Fort no se esperaba un cantante, ni un actor, ni un modelo, y mucho menos un stripper.
Al parecer, entonces, Ricardo se autoexiló y buscó un destino artístico en Miami, en Hollywood, o en Las Vegas. Radicado en los Estados Unidos, desarrolló el físico de un gimnasio-adicto y, por lo que se ve, acudió a la cirugía plástica para perfeccionar esa imagen tan especial que hoy luce. En otras palabras, se hizo a sí mismo. Se fabricó. Alternó con figuras del show en Miami, donde trabajó sin triunfar, y un día (después de vivir 13 años desarraigado) engendró dos hijos, con ayuda de un vientre alquilado. Se recluyó durante meses, solo con estos dos mellizos (Felipe y Marta) que son su familia. La relación se consolidó en ese período, sin niñera ni mucama, asunto peliagudo para un papá soltero. "Es la única manera de ser padre -explicó- sin que a la larga la madre te arrebate a los hijos". Razonamiento eminentemente práctico, basado en algunas cosas que Fort habrá visto aquí y allá.
Y un día, después de muchas aventuras...heredó.
Los dólares que durante quince años fluían en dosis limitadas, de golpe, cayeron masivamente en sus manos, junto con una parte del paquete accionario de sus mayores.
Y Fort volvió a Buenos Aires.
Al menos, esta es la historia que yo he podido captar, espigando mil reportajes breves y fragmentarios.
Obviamente, no es la biografía de un pobre muchacho. Pero sí corresponde legítimamente a un tipo que se inventó mediante el gimnasio y los quirófanos. Que canta, baila y domina un escenario. Que tiene una determinación absoluta: quiere la fama, el éxito y el aplauso. Quiere ser aceptado y querido.
La presencia de Fort en pantalla (lo demostró en el Showmatch de Marcelo Tinelli) es cualquier cosa menos argentina: smoking yanqui, peinado yanqui, mandíbulas yanquis, canciones ídem. Su aparición en cualquier escena provoca un respingo en el rating: el público quiere verlo, estudiar sus gestos, entender su idioma. Fort "mide bien".
Fue el perfil mediático de 2009. En este verano se va a lanzar con una obra de teatro llamada Fortuna en Mar del Plata, inició su espacio televisivo Fort-Show, el programa de Ricardo Fort e inauguró su propia playa en la costa atlántica, denominada -obviamente- Fort Beach.
Así como despierta la curiosidad del público en general, Fort estimula fuerte la envidia de los resentidos. Se escuchan frases así: "¡Qué impunidad, hacer alarde de tantos millones en un país donde hay gente que se muere de hambre!"..."Es frívolo, ególatra, vanidoso...Todo su cuerpo es producto de operaciones quirúrgicas"... "Ya comenzó a desbandarse su compañía de teatro en Mar del Plata...Llegó la debacle del monstruo"... "En cualquier momento revienta la burbuja".
No me atrevo a decir si Ricardo Fort canta mejor que Enrico Caruso, o baila mejor que Nijinsky, o actúa como Lawrence Olivier. Pero ¿hay en nuestro mundo del espectáculo alguien que cante como Caruso, baile como Nijinski, actúe como Olivier?
Por el momento, Fort es un tipo personal, que ha sufrido mucho persiguiendo el éxito y la felicidad, algo bastante similar a lo que hacemos todos los demás seres humanos. Y cuando tuvo una oportunidad, se aferró a ella. Ahí está. Haciendo su número, igual que cualquiera de nosotros. Gracias a Dios, tiene algún dinero, y lo gasta a manos llenas aquí, en su país, donde da empleo a muchos hombres y mujeres que necesitan trabajar. También podría recluirse en una isla del Caribe para comerse sus dólares solito, sin que nadie lo critique, sin necesidad de aplausos o silbatinas, y ser simplemente un hombre rico que disfruta, calladito y escondido como otros, de su fortuna. Pero no lo ha hecho.
Por alguna razón, Ricardo eligió ser artista-personaje bizarro-productor teatral aquí, en la Argentina. Tal vez le tocó este destino, sin querer.
De cualquier modo, es un "fighter" que viene eligiendo los rivales más difíciles.
Yo lo respeto.
En favor de Ricardo Fort
Por Rolando Hanglin
Especial para lanacion.com
Vi por primera vez a Ricardo Fort en el programa Animales sueltos, de Alejandro Fantino, en el que desfila una cantidad de bellas mujeres y tipos graciosos para conversar sobre temas adultos. Ricardo, por aquel entonces un desconocido al que se anunciaba simplemente como "el millonario", llamaba la atención por la serenidad con que explicaba su prosperidad económica. En nuestro país, lo común es que toda persona rica se esconda tras un disfraz de modestia, o por lo menos disimule sus millones. Por lo general, los ricos ponen cara de víctimas y aseguran: "Yo trabajo mucho, sufro mucho, me estreso mucho?por eso soy rico". Y la última palabra la dicen en voz muy bajita, como tragando las letras. Es que en la Argentina da vergüenza ser rico: los afortunados temen que se los acuse de adquirir ilegalmente sus bienes, y en cualquier caso sienten la torva mirada de la envidia. Para los políticamente correctos, rico significa insensible, egoísta, malo, frívolo y explotador.
Fort razonaba de un modo completamente distinto. Explicaba con alegría la cantidad de dólares que gastaba cada noche, las botellas de champán que compartía, y su curiosa costumbre de emprender viaje repentinamente rumbo a París, a Moscú, o a Nueva York, invitando consigo a diez o doce amigos (incluidos sus cinco guardaespaldas) para luego hacerse cargo de la cuenta en los mejores hoteles, los mejores restaurantes, las discotecas más superpobladas de chicas jóvenes, monas, semidesnudas y ansiosas de encontrar amigos.
Aparte de este pormenor, Ricardo Fort mostraba un cuerpo poco común. Hombros de físicoculturista, pescuezo doble, mandíbula curiosamente ancha, peinado tipo Miami. En fin, todo el aspecto de un personaje del comic americano.
Y sin embargo hablaba como argentino, bien argentino.
La historia de Fort y sus millones, una vez contada, tiene pocos misterios: el muchacho (44 años) es heredero de una familia de industriales del chocolate. Sus abuelos, sus padres y sus hermanos cultivan el perfil bajo. Administran bienes importantes sin llamar la atención. Ricardo tuvo la mala suerte de nacer con inquietudes artísticas en una familia perfectamente burguesa, en la que nadie desentona. Entre los Fort no se esperaba un cantante, ni un actor, ni un modelo, y mucho menos un stripper.
Al parecer, entonces, Ricardo se autoexiló y buscó un destino artístico en Miami, en Hollywood, o en Las Vegas. Radicado en los Estados Unidos, desarrolló el físico de un gimnasio-adicto y, por lo que se ve, acudió a la cirugía plástica para perfeccionar esa imagen tan especial que hoy luce. En otras palabras, se hizo a sí mismo. Se fabricó. Alternó con figuras del show en Miami, donde trabajó sin triunfar, y un día (después de vivir 13 años desarraigado) engendró dos hijos, con ayuda de un vientre alquilado. Se recluyó durante meses, solo con estos dos mellizos (Felipe y Marta) que son su familia. La relación se consolidó en ese período, sin niñera ni mucama, asunto peliagudo para un papá soltero. "Es la única manera de ser padre -explicó- sin que a la larga la madre te arrebate a los hijos". Razonamiento eminentemente práctico, basado en algunas cosas que Fort habrá visto aquí y allá.
Y un día, después de muchas aventuras...heredó.
Foto: LA NACION / Mauro V. Rizzi
Los dólares que durante quince años fluían en dosis limitadas, de golpe, cayeron masivamente en sus manos, junto con una parte del paquete accionario de sus mayores.
Y Fort volvió a Buenos Aires.
Al menos, esta es la historia que yo he podido captar, espigando mil reportajes breves y fragmentarios.
Obviamente, no es la biografía de un pobre muchacho. Pero sí corresponde legítimamente a un tipo que se inventó mediante el gimnasio y los quirófanos. Que canta, baila y domina un escenario. Que tiene una determinación absoluta: quiere la fama, el éxito y el aplauso. Quiere ser aceptado y querido.
La presencia de Fort en pantalla (lo demostró en el Showmatch de Marcelo Tinelli) es cualquier cosa menos argentina: smoking yanqui, peinado yanqui, mandíbulas yanquis, canciones ídem. Su aparición en cualquier escena provoca un respingo en el rating: el público quiere verlo, estudiar sus gestos, entender su idioma. Fort "mide bien".
Fue el perfil mediático de 2009. En este verano se va a lanzar con una obra de teatro llamada Fortuna en Mar del Plata, inició su espacio televisivo Fort-Show, el programa de Ricardo Fort e inauguró su propia playa en la costa atlántica, denominada -obviamente- Fort Beach.
Así como despierta la curiosidad del público en general, Fort estimula fuerte la envidia de los resentidos. Se escuchan frases así: "¡Qué impunidad, hacer alarde de tantos millones en un país donde hay gente que se muere de hambre!"..."Es frívolo, ególatra, vanidoso...Todo su cuerpo es producto de operaciones quirúrgicas"... "Ya comenzó a desbandarse su compañía de teatro en Mar del Plata...Llegó la debacle del monstruo"... "En cualquier momento revienta la burbuja".
No me atrevo a decir si Ricardo Fort canta mejor que Enrico Caruso, o baila mejor que Nijinsky, o actúa como Lawrence Olivier. Pero ¿hay en nuestro mundo del espectáculo alguien que cante como Caruso, baile como Nijinski, actúe como Olivier?
Por el momento, Fort es un tipo personal, que ha sufrido mucho persiguiendo el éxito y la felicidad, algo bastante similar a lo que hacemos todos los demás seres humanos. Y cuando tuvo una oportunidad, se aferró a ella. Ahí está. Haciendo su número, igual que cualquiera de nosotros. Gracias a Dios, tiene algún dinero, y lo gasta a manos llenas aquí, en su país, donde da empleo a muchos hombres y mujeres que necesitan trabajar. También podría recluirse en una isla del Caribe para comerse sus dólares solito, sin que nadie lo critique, sin necesidad de aplausos o silbatinas, y ser simplemente un hombre rico que disfruta, calladito y escondido como otros, de su fortuna. Pero no lo ha hecho.
Por alguna razón, Ricardo eligió ser artista-personaje bizarro-productor teatral aquí, en la Argentina. Tal vez le tocó este destino, sin querer.
De cualquier modo, es un "fighter" que viene eligiendo los rivales más difíciles.
Yo lo respeto.
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