Apología del Sol
Pensamientos incorrectosPor Rolando Hanglin
En tiempos del Imperio Romano anterior a Cristo, se celebraba en todo su vasto dominio el Natalis Solis Invicti, es decir: "Nacimiento del Sol nunca vencido", por lo común el 21 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno del hemisferio norte. La fiesta religiosa se iniciaba una semana antes, con las orgías denominadas "Saturnalia", y culminaba con intercambio de regalos, antorchas, luminarias y otros elementos que aludían al fuego y la luz. El Sol "nacía" en ese instante: de allí en más, no haría más que crecer, incendiando a la naturaleza hacia el 21 de junio. Más adelante (en el año 354 d.C. se menciona, por primera vez, el 25 de diciembre como aniversario de la Natividad) la Iglesia Católica adoptó esta fecha para canalizar la devoción popular, que estaba instalada desde milenios atrás. Navidad en italiano se dice "Natale", y en catalán "Nadal".
Mucho antes aún, ya se había tatuado en el alma de los pueblos indoeuropeos la antigua fiesta persa de "Agni", palabra sánscrita idéntica a la griega "Ignis", por el fuego. Agni era un dios que nacía pequeño e indefenso en un pesebre, como una llamita temblorosa en el establo donde se alimenta a los animales, pero en esta substancia inflamable encontraba buena nutrición, de modo que al cabo de medio año resplandecía y alumbraba todo el cielo. Hay ejemplos de divinidades solares aún más específicos, como el Horus de los egipcios, el Inti del imperio incaico, que en tierras meridionales de pampas y araucanos se convierte en Antü o Anchi, corrupción del quichua Inti.
Estas leyendas y creencias, según las religiones comparadas, acabaron fundiéndose en la figura de Jesucristo, Dios y Rey, hijo unigénito del Dios Padre, sentado a su diestra. Dice David Baigent que los calendarios religiosos de los manuscritos del Mar Muerto (el famoso Qumram) correspondían a una cronología solar, y lo mismo los empleados en la fortaleza rebelde de Massada, donde los hebreos se suicidaron en masa, antes de entregarse a los romanos, en el año 68 d.C.
Algunos piensan que, por aquel entonces, con los albores del movimiento cristiano, surgió en la comunidad judía, de calendario lunar, un pujante elemento de origen persa y por lo tanto solar, emparentado con otras tradiciones indoeuropeas, por ejemplo las de Zoroastro, Mitra, Mani, y tal vez los cátaros y los albigenses de Cataluña, Provenza y el norte de Italia. La vida entendida como una lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas es una nota común en muchas tendencias religiosas de la Antigüedad, que aparece una y otra vez entre los judíos, los cristianos y los islámicos. Hoy día lo llaman "maniqueísmo" o también "fundamentalismo", pero siempre existió.
Son especulaciones difíciles de comprobar, sobre todo en la pluma de un alumno no muy avanzado en el. Estudio de las religiones comparadas, como es quien esto firma.
Pero no hay muchas dudas, en cambio, dentro de la simbología religiosa, en cuanto a la función protectora del sol. Es el dios padre. El que estimula la germinación. El que protege los trabajos que se efectúan a la luz del día: la agricultura, la siembra, la ganadería, la guerra, la construcción, el estudio racional "iluminado", la forja de metales, el dictado de justicia que debe ser preciso y bien alumbrado, el orden o disposición armoniosa de elementos dispares. Es el Astro Rey. Lo representan el oro, la espada, la corona, el orden, la ley, la luz, el calor.
Al mismo tiempo, la Luna es el astro frío y algo huidizo de la noche. A veces está, a veces no está, a veces sólo en parte. Preside los trabajos nocturnos y ocultos. Como el embarazo. Como los embrujos. Como el mundo de los sueños y misterios. Como las palabras y los actos que se efectúan de noche, a oscuras, en secreto, al oído. Los juramentos de los amantes. El mundo de la mujer. Simbolizado por la Luna y Venus, entre otras cosas por sus ciclos de 28 -30 días y su elaboración "escondida" del feto que será luego, misteriosamente, un bebe, un ser humano integral, mágicamente generado en la oscuridad secreta del útero, donde nadie ve lo que pasa.
La genitalidad del hombre es solar: asciende, asoma, se muestra, se alza majestuosa a la vista de todos (con ayuda de Dios y la Virgen) mientras que la sexualidad de la mujer está invaginada, oculta en una cueva, cubierta por un velo de pudor y disimulo.
No caben dudas, simbólicamente, de que el Sol es el hombre y la mujer es la Luna, y así ha sucedido a lo largo de milenios. En la sabiduría de los pueblos, todo se compensa: si bien el cristianismo es básicamente solar, en su seno se desarrolla la devoción mariana, de una impresionante potencia. En la imagen de María se concentra la necesidad humana de lo mágico, lo milagroso, el ansia de perdón y consuelo, y el eterno femenino en sus dos formas: la Virgen (una jovencita) y la madre de los cielos, una matrona que todo lo sabe y lo comprende. Venus matutina y vespertina. Aparece frecuentemente sobre una media luna, asociada a las espigas de la fecundidad, con un niño en brazos o consolando a Cristo, el herido por excelencia. Ya estaba prefigurada en la egipcia Isis, amante y madre nutricia. Todo es muy antiguo, casi eterno.
Sin embargo, algo nuevo hay bajo el sol. De un tiempo a esta parte, los dermatólogos y otros sacerdotes han iniciado una furiosa condenación del sol. Lo menos que dicen es que produce cáncer. Pero también manchas y arrugas, envejecimiento cutáneo, deterioro corporal y otros males, hasta el punto de que debe ser evitado de cualquier modo, recurriendo a cremas solares con protector 8, o 23, o 45, o 72. El mensaje es simple y unívoco: el-sol-es-malo. El Sol es nuestro enemigo.
Cosa rara. Durante todos los milenios que la humanidad lleva trasegando este valle de lágrimas, el color del sol fue siempre un síntoma de buena salud. La piel bronceada. El semblante colorido. Unas bonitas piernas doradas. Un rostro color cuero rojizo, donde los ojos adquieren otro brillo. ¡Salud! Por trabajar, por ejercitarse, por tenderse sencillamente al sol para que sus rayos alimenten nuestras baterías internas.
Sabemos también que, en países castigados por un largo invierno de 6-8 meses con poco sol y mucha nieve, la falta de luz produce unos estados de depresión que pueden conducir al suicidio y al alcoholismo. Esto sucede en Rusia, en Finlandia, en Escocia y otras naciones. Vemos en cambio el semblante de los collas en el soleado altiplano y encontramos sonrisas radiantes, dientes blancos, manos y pies de bella forma, piel sana sin hongos ni pruritos. ¡Salud!
Pero ahora, la larga prédica de los chamanes dermatológicos ha generado una nueva hornada. Las chicas caminan por la calle calzando las sandalias a la moda, pero... ¡Ay! Tienen los pies blancos como un papel. Y entonces se advierten los dejos rojizos, la mala circulación, alguna infección cutánea. ¡Todas pálidas! Y en la cara, antes bronceada con ojos de reflejos verdosos y pelos de puntas graciosamente descoloridas, ahora vemos ojeras verdes. Mejillas hundidas y facciones más cercanas a Drácula que a Brigitte Bardot. Esto es lo que han logrado. Tal vez nunca desarrollen arrugas ni cáncer de piel, tal vez... pero jamás seducirán a un hombre con esas máscaras mortuorias.
El varón de nuestro tiempo también está blanqui-verde y feo, pero como la belleza nunca ha sido el fuerte de nuestro pobre sexo, la ecuación no cambia. Lo que sí ha cambiado es la elaboración de la armonía masculina: antes correspondía a un atleta entrenado en las piletas de natación, corredor de los 100 metros llanos, surfer de Australia o centroforward de un equipo de fútbol. Un héroe solar. Las piernas doradas, las mejillas color cobre. Ahora es un enfermizo muchacho de musculatura hipertrofiada, blanco como la nieve, hinchado con anabólicos y, todo él... muy poco saludable.
Intentaremos ir al meollo del asunto. El Sol ha sido nuestro dios padre, nuestro genitor, nuestro origen seminal (para decirlo más claro aún) la fuente de luz, calor, justicia y orden. Nada escapa a su ojo (el ojo de dios) porque de día se ve bien. Es nuestro protector. Y bien, gracias a una extraña pirueta de la ciencia parece ser que ahora es nuestro enemigo. Hay que protegerse de él, bloquearlo, esconderse de su ojo clarividente.
No deja de ser coherente con la sociedad actual. Los jóvenes salen a bailar a las tres de la mañana y vuelven a sus casas, como Drácula, sobre las nueve. Su reino es la noche. Consumen substancias nocturnas, prohibidas, secretas. Bastante más nocivas que una tarde en la pileta o un baño de sol, a orillas del mar. Nuestros jóvenes habitan el reino de Hécate: viven de noche y duermen de día. Al mismo tiempo, se dice que la nuestra es una sociedad sin padres (varones) sin ley, sin orden, sin límites, donde toda la existencia de una generación se ha envuelto en la nocturnidad.
Le preguntaron a Hugo Orlando Gatti, ex -futbolista argentino, célebre en nuestro país y en España por su afición al bronceado de todo el año: "¿No tenés miedo de sufrir cáncer de piel, con tanta exposición al sol?". Respondió Hugo: "No creo que el sol, que siempre me ha tratado con tanto cariño y me ha hecho pasar bien la vida, quiera causarme nunca algún daño..."
En la vida hay un tiempo solar y una faceta de la Luna. No ha sido bueno demonizar a uno de estos costados de la existencia. Tampoco fue bueno satanizar el mundo femenino con la caza de brujas, infernal persecución de aquellas mujeres que se reunían de noche, montaban una escoba (ícono del ama de casa) mimaban a sus gatos, loros, lechuzas y otras mascotas domésticas como todas las señoras mayores de todos los tiempos, y sabían remedios caseros, hechizos, conjuros, leyendas y chismes. La bruja fue una caricatura diabólica de la mujer con su noche susurrante, su Luna llena (reunión en el aquelarre) y su sexo descontrolado.
Hoy vivimos otra caza de brujas. La condenación del varón, la maldición del Sol, la luz, la justicia, la denostación del orden y la ley, el exilio del padre.
Cada tiempo tiene su estética. Nos ha tocado una era de jóvenes cadáveres blanquecinos que, a pesar de todo, caminan. No es lo mejor. Es lo que hay.
Apología del Sol
Por Rolando Hanglin
Especial para lanacion.com
En tiempos del Imperio Romano anterior a Cristo, se celebraba en todo su vasto dominio el Natalis Solis Invicti, es decir: "Nacimiento del Sol nunca vencido", por lo común el 21 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno del hemisferio norte. La fiesta religiosa se iniciaba una semana antes, con las orgías denominadas "Saturnalia", y culminaba con intercambio de regalos, antorchas, luminarias y otros elementos que aludían al fuego y la luz. El Sol "nacía" en ese instante: de allí en más, no haría más que crecer, incendiando a la naturaleza hacia el 21 de junio. Más adelante (en el año 354 d.C. se menciona, por primera vez, el 25 de diciembre como aniversario de la Natividad) la Iglesia Católica adoptó esta fecha para canalizar la devoción popular, que estaba instalada desde milenios atrás. Navidad en italiano se dice "Natale", y en catalán "Nadal". Mucho antes aún, ya se había tatuado en el alma de los pueblos indoeuropeos la antigua fiesta persa de "Agni", palabra sánscrita idéntica a la griega "Ignis", por el fuego. Agni era un dios que nacía pequeño e indefenso en un pesebre, como una llamita temblorosa en el establo donde se alimenta a los animales, pero en esta substancia inflamable encontraba buena nutrición, de modo que al cabo de medio año resplandecía y alumbraba todo el cielo. Hay ejemplos de divinidades solares aún más específicos, como el Horus de los egipcios, el Inti del imperio incaico, que en tierras meridionales de pampas y araucanos se convierte en Antü o Anchi, corrupción del quichua Inti.
Estas leyendas y creencias, según las religiones comparadas, acabaron fundiéndose en la figura de Jesucristo, Dios y Rey, hijo unigénito del Dios Padre, sentado a su diestra. Dice David Baigent que los calendarios religiosos de los manuscritos del Mar Muerto (el famoso Qumram) correspondían a una cronología solar, y lo mismo los empleados en la fortaleza rebelde de Massada, donde los hebreos se suicidaron en masa, antes de entregarse a los romanos, en el año 68 d.C.
Algunos piensan que, por aquel entonces, con los albores del movimiento cristiano, surgió en la comunidad judía, de calendario lunar, un pujante elemento de origen persa y por lo tanto solar, emparentado con otras tradiciones indoeuropeas, por ejemplo las de Zoroastro, Mitra, Mani, y tal vez los cátaros y los albigenses de Cataluña, Provenza y el norte de Italia. La vida entendida como una lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas es una nota común en muchas tendencias religiosas de la Antigüedad, que aparece una y otra vez entre los judíos, los cristianos y los islámicos. Hoy día lo llaman "maniqueísmo" o también "fundamentalismo", pero siempre existió.
Son especulaciones difíciles de comprobar, sobre todo en la pluma de un alumno no muy avanzado en el. Estudio de las religiones comparadas, como es quien esto firma.
Pero no hay muchas dudas, en cambio, dentro de la simbología religiosa, en cuanto a la función protectora del sol. Es el dios padre. El que estimula la germinación. El que protege los trabajos que se efectúan a la luz del día: la agricultura, la siembra, la ganadería, la guerra, la construcción, el estudio racional "iluminado", la forja de metales, el dictado de justicia que debe ser preciso y bien alumbrado, el orden o disposición armoniosa de elementos dispares. Es el Astro Rey. Lo representan el oro, la espada, la corona, el orden, la ley, la luz, el calor.
Al mismo tiempo, la Luna es el astro frío y algo huidizo de la noche. A veces está, a veces no está, a veces sólo en parte. Preside los trabajos nocturnos y ocultos. Como el embarazo. Como los embrujos. Como el mundo de los sueños y misterios. Como las palabras y los actos que se efectúan de noche, a oscuras, en secreto, al oído. Los juramentos de los amantes. El mundo de la mujer. Simbolizado por la Luna y Venus, entre otras cosas por sus ciclos de 28 -30 días y su elaboración "escondida" del feto que será luego, misteriosamente, un bebe, un ser humano integral, mágicamente generado en la oscuridad secreta del útero, donde nadie ve lo que pasa.
La genitalidad del hombre es solar: asciende, asoma, se muestra, se alza majestuosa a la vista de todos (con ayuda de Dios y la Virgen) mientras que la sexualidad de la mujer está invaginada, oculta en una cueva, cubierta por un velo de pudor y disimulo.
No caben dudas, simbólicamente, de que el Sol es el hombre y la mujer es la Luna, y así ha sucedido a lo largo de milenios. En la sabiduría de los pueblos, todo se compensa: si bien el cristianismo es básicamente solar, en su seno se desarrolla la devoción mariana, de una impresionante potencia. En la imagen de María se concentra la necesidad humana de lo mágico, lo milagroso, el ansia de perdón y consuelo, y el eterno femenino en sus dos formas: la Virgen (una jovencita) y la madre de los cielos, una matrona que todo lo sabe y lo comprende. Venus matutina y vespertina. Aparece frecuentemente sobre una media luna, asociada a las espigas de la fecundidad, con un niño en brazos o consolando a Cristo, el herido por excelencia. Ya estaba prefigurada en la egipcia Isis, amante y madre nutricia. Todo es muy antiguo, casi eterno.
Sin embargo, algo nuevo hay bajo el sol. De un tiempo a esta parte, los dermatólogos y otros sacerdotes han iniciado una furiosa condenación del sol. Lo menos que dicen es que produce cáncer. Pero también manchas y arrugas, envejecimiento cutáneo, deterioro corporal y otros males, hasta el punto de que debe ser evitado de cualquier modo, recurriendo a cremas solares con protector 8, o 23, o 45, o 72. El mensaje es simple y unívoco: el-sol-es-malo. El Sol es nuestro enemigo.
Cosa rara. Durante todos los milenios que la humanidad lleva trasegando este valle de lágrimas, el color del sol fue siempre un síntoma de buena salud. La piel bronceada. El semblante colorido. Unas bonitas piernas doradas. Un rostro color cuero rojizo, donde los ojos adquieren otro brillo. ¡Salud! Por trabajar, por ejercitarse, por tenderse sencillamente al sol para que sus rayos alimenten nuestras baterías internas.
Sabemos también que, en países castigados por un largo invierno de 6-8 meses con poco sol y mucha nieve, la falta de luz produce unos estados de depresión que pueden conducir al suicidio y al alcoholismo. Esto sucede en Rusia, en Finlandia, en Escocia y otras naciones. Vemos en cambio el semblante de los collas en el soleado altiplano y encontramos sonrisas radiantes, dientes blancos, manos y pies de bella forma, piel sana sin hongos ni pruritos. ¡Salud!
Pero ahora, la larga prédica de los chamanes dermatológicos ha generado una nueva hornada. Las chicas caminan por la calle calzando las sandalias a la moda, pero... ¡Ay! Tienen los pies blancos como un papel. Y entonces se advierten los dejos rojizos, la mala circulación, alguna infección cutánea. ¡Todas pálidas! Y en la cara, antes bronceada con ojos de reflejos verdosos y pelos de puntas graciosamente descoloridas, ahora vemos ojeras verdes. Mejillas hundidas y facciones más cercanas a Drácula que a Brigitte Bardot. Esto es lo que han logrado. Tal vez nunca desarrollen arrugas ni cáncer de piel, tal vez... pero jamás seducirán a un hombre con esas máscaras mortuorias.
El varón de nuestro tiempo también está blanqui-verde y feo, pero como la belleza nunca ha sido el fuerte de nuestro pobre sexo, la ecuación no cambia. Lo que sí ha cambiado es la elaboración de la armonía masculina: antes correspondía a un atleta entrenado en las piletas de natación, corredor de los 100 metros llanos, surfer de Australia o centroforward de un equipo de fútbol. Un héroe solar. Las piernas doradas, las mejillas color cobre. Ahora es un enfermizo muchacho de musculatura hipertrofiada, blanco como la nieve, hinchado con anabólicos y, todo él... muy poco saludable.
Intentaremos ir al meollo del asunto. El Sol ha sido nuestro dios padre, nuestro genitor, nuestro origen seminal (para decirlo más claro aún) la fuente de luz, calor, justicia y orden. Nada escapa a su ojo (el ojo de dios) porque de día se ve bien. Es nuestro protector. Y bien, gracias a una extraña pirueta de la ciencia parece ser que ahora es nuestro enemigo. Hay que protegerse de él, bloquearlo, esconderse de su ojo clarividente.
No deja de ser coherente con la sociedad actual. Los jóvenes salen a bailar a las tres de la mañana y vuelven a sus casas, como Drácula, sobre las nueve. Su reino es la noche. Consumen substancias nocturnas, prohibidas, secretas. Bastante más nocivas que una tarde en la pileta o un baño de sol, a orillas del mar. Nuestros jóvenes habitan el reino de Hécate: viven de noche y duermen de día. Al mismo tiempo, se dice que la nuestra es una sociedad sin padres (varones) sin ley, sin orden, sin límites, donde toda la existencia de una generación se ha envuelto en la nocturnidad.
Le preguntaron a Hugo Orlando Gatti, ex -futbolista argentino, célebre en nuestro país y en España por su afición al bronceado de todo el año: "¿No tenés miedo de sufrir cáncer de piel, con tanta exposición al sol?". Respondió Hugo: "No creo que el sol, que siempre me ha tratado con tanto cariño y me ha hecho pasar bien la vida, quiera causarme nunca algún daño..."
En la vida hay un tiempo solar y una faceta de la Luna. No ha sido bueno demonizar a uno de estos costados de la existencia. Tampoco fue bueno satanizar el mundo femenino con la caza de brujas, infernal persecución de aquellas mujeres que se reunían de noche, montaban una escoba (ícono del ama de casa) mimaban a sus gatos, loros, lechuzas y otras mascotas domésticas como todas las señoras mayores de todos los tiempos, y sabían remedios caseros, hechizos, conjuros, leyendas y chismes. La bruja fue una caricatura diabólica de la mujer con su noche susurrante, su Luna llena (reunión en el aquelarre) y su sexo descontrolado.
Hoy vivimos otra caza de brujas. La condenación del varón, la maldición del Sol, la luz, la justicia, la denostación del orden y la ley, el exilio del padre.
Cada tiempo tiene su estética. Nos ha tocado una era de jóvenes cadáveres blanquecinos que, a pesar de todo, caminan. No es lo mejor. Es lo que hay.
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