Del porro al paco
Por Rolando Hanglin
Especial para lanacion.com
La Corte ha establecido que todo ciudadano argentino es libre de atesorar la droga que se le antoje, mientras se limite a consumirla dentro de su casa y entre adultos. Si bien el caso originario (Arriola) fue rosarino y se trató de marihuana, el concepto sería aplicable a cualquier otra sustancia de las que se denominan habitualmente "drogas ilícitas": cocaína, pasta base o paco, éxtasis, heroína.
¿Y cuál es la novedad?
Si la memoria no nos engaña, ya en los años 60, con la primavera hippie, fumábamos "macoña" en nuestras casas, sin que nadie nos molestara. Viajemos más atrás en el tiempo: distintos grupos artísticos han consumido drogas hasta hartarse, o hasta morir, sin que la Justicia se oponga. Los tangueros (cantantes, músicos, habitantes de la noche) inhalaban cocaína en muchas reuniones íntimas y no tan íntimas, en las décadas del 30, el 40 y el 50. Los rockeros y jazzistas tienen su historia, aquí y en el mundo. Antes aún, los pintores y poetas del siglo XIX bebían ajenjo. En las fiestas donde se gasta plata de verdad, puede circular (¿por qué no?) una bandeja de plata con cocaína prolijamente preparada para las narices más caracterizadas.
O sea: todo esto no es nuevo. El consumo de alcohol, tabaco, opio, heroína, hashish en las cantidades deseadas siempre ha sido un asunto privado. Está exento de la autoridad de los magistrados y sólo a Dios le corresponde juzgarlo.
Es cierto que los distintos gobiernos militares que administraron nuestro país han vinculado droga con sexo, y sexo con psicoanálisis, y psicoanálisis con marxismo, y marxismo con terroristas. A partir de esta "asociación libre", los fumadores de marihuana se vieron observados, de pronto, por una mirada severa, en el período 1976-1983. De pronto los llamaban "adictos", y mucho peor si llevaban el pelo largo y barba hasta el pecho. Pero todo esto, debemos entenderlo, no fue "normal", fue una etapa patológica en la vida de una nación civilizada, que ahora pretende volver a los principios adoptados desde 1810 y especialmente desde 1853. Esto es: libertad, igualdad, propiedad privada, educación, progreso, democracia, división de los poderes, educación laica y gratuita, imperio de la Ley sobre el Estado, etcétera.
La imagen de una persona que se sienta en su sillón del living, escuchando buena música, o se mete en la cama con alguien afín y se dispone a disfrutar de una buena fumatta (como se decía hace 50 años) es una imagen de clase media. Corresponde a personas educadas, alimentadas, motorizadas y calefaccionadas, que tienen la libertad de elegir lo que quieren. Difícilmente elijan el sufrimiento, la adicción, la tortura, salvo que estén locos de atar. Recuerdo las palabras de William Burroughs en Junkie (Drogón) acerca de los heroinómanos: "Para convertirse en adicto hay que tener muchas ganas, hay que poseer una voluntad indomable, la decisión absoluta de pertenecer a ese grupo y vivir esa vida. Porque la primera vez que uno se inyecta en la vena, la sensación es violentamente desagradable. Uno se siente descompuesto, enfermo, agonizante. Los dolores son horribles. Y hay que atravesar seis o siete sesiones hasta que el organismo se acostumbra y pide más. Entonces, la inyección en la vena empieza a producir placer y alivio. Pero ya han pasado tres meses o más, desde que uno dio comienzo a la iniciación".
Todo esto de las drogas es muy antiguo, como que ya los aztecas consumían el cactus llamado "peyote" , antes de la llegada de los españoles, y los chamanes andinos y amazónicos bebían la sagrada "ayawaska", desde tiempo inmemorial. Entonces: ¿qué hay de nuevo?
Lo que hay de nuevo es el paco. Residuo de la fabricación de cocaína, que comenzó en nuestro país alrededor de 2003-2004, verdadera basura tóxica que antiguamente se tiraba, amasijo de hojas de coca exprimidas y molidas con kerosene, esta simpática creación química ha aparecido en Argentina con la fuerza de un boom. Según dicen, tiene un poder adictivo superior a la heroína. Aunque una dosis cuesta sólo 7 pesos, a los 5 minutos el usuario necesita un segundo pipazo . Y luego otro, y otro. Su presencia está ligada a una oleada de criminalidad juvenil sin precedentes, con asesinatos gratuitos, con ancianos golpeados hasta morir, con jubiladas a las que les arrebatan la cartera y las arrojan bajo el tren. Dicen que el Paco mata a un hombre joven y fuerte en un año: consideremos que los usuarios se inician a los 12, 14 o 18. Es difícil distinguir al usuario del "dealer", porque son dos categorías que se dan simultáneamente en una misma persona.
En otras palabras, esto que tenemos ahora no pertenece al mundo de los alucinógenos, el abuso de sustancias psicoactivas o la dependencia química, tal como la conocíamos hasta hoy. Esto ya no es la varicela: ¡Esto es el sida! Tiene dimensiones terroríficas, mueve miles de millones, motoriza crímenes, asesinatos, asaltos. Estamos asomados al abismo de la cartelización, que es cuando las bandas armadas se distribuyen los territorios y atrapan el poder de policía. Esto es temible. De verdad.
Ante el peligro del paco (asociado a la marginalidad, el desempleo, la subalimentación) no es momento de hacer un guiño simpático a los consumidores de marihuana. Que de todos modos seguirán consumiendo, porque nunca los persiguió nadie. Más bien es el momento de endurecer las defensas, fortalecer los músculos, crear nuevos centros de desintoxicación y reeducación, para lo cual se necesitan médicos, enfermeras, hospitales, casas. La Corte no escuchó lo que millones de ciudadanos están pidiendo: seguridad, salud, paz. Sintió otra cosa. Como si viviera en otro país. Tal vez Holanda, tal vez Suiza, tal vez Dinamarca. Admirables naciones que -hoy por hoy- están en otra realidad. Nosotros tenemos que ponernos duros contra todas las drogas, en general. No estamos para darnos el lujo de un permiso frívolo.
Me gusta pensar en la Argentina como un país libre y sano, hostil a la droga. No fanático ni paranoico: hostil.
Especial para lanacion.com
La Corte ha establecido que todo ciudadano argentino es libre de atesorar la droga que se le antoje, mientras se limite a consumirla dentro de su casa y entre adultos. Si bien el caso originario (Arriola) fue rosarino y se trató de marihuana, el concepto sería aplicable a cualquier otra sustancia de las que se denominan habitualmente "drogas ilícitas": cocaína, pasta base o paco, éxtasis, heroína.
¿Y cuál es la novedad?
Si la memoria no nos engaña, ya en los años 60, con la primavera hippie, fumábamos "macoña" en nuestras casas, sin que nadie nos molestara. Viajemos más atrás en el tiempo: distintos grupos artísticos han consumido drogas hasta hartarse, o hasta morir, sin que la Justicia se oponga. Los tangueros (cantantes, músicos, habitantes de la noche) inhalaban cocaína en muchas reuniones íntimas y no tan íntimas, en las décadas del 30, el 40 y el 50. Los rockeros y jazzistas tienen su historia, aquí y en el mundo. Antes aún, los pintores y poetas del siglo XIX bebían ajenjo. En las fiestas donde se gasta plata de verdad, puede circular (¿por qué no?) una bandeja de plata con cocaína prolijamente preparada para las narices más caracterizadas.
O sea: todo esto no es nuevo. El consumo de alcohol, tabaco, opio, heroína, hashish en las cantidades deseadas siempre ha sido un asunto privado. Está exento de la autoridad de los magistrados y sólo a Dios le corresponde juzgarlo.
Es cierto que los distintos gobiernos militares que administraron nuestro país han vinculado droga con sexo, y sexo con psicoanálisis, y psicoanálisis con marxismo, y marxismo con terroristas. A partir de esta "asociación libre", los fumadores de marihuana se vieron observados, de pronto, por una mirada severa, en el período 1976-1983. De pronto los llamaban "adictos", y mucho peor si llevaban el pelo largo y barba hasta el pecho. Pero todo esto, debemos entenderlo, no fue "normal", fue una etapa patológica en la vida de una nación civilizada, que ahora pretende volver a los principios adoptados desde 1810 y especialmente desde 1853. Esto es: libertad, igualdad, propiedad privada, educación, progreso, democracia, división de los poderes, educación laica y gratuita, imperio de la Ley sobre el Estado, etcétera.
La imagen de una persona que se sienta en su sillón del living, escuchando buena música, o se mete en la cama con alguien afín y se dispone a disfrutar de una buena fumatta (como se decía hace 50 años) es una imagen de clase media. Corresponde a personas educadas, alimentadas, motorizadas y calefaccionadas, que tienen la libertad de elegir lo que quieren. Difícilmente elijan el sufrimiento, la adicción, la tortura, salvo que estén locos de atar. Recuerdo las palabras de William Burroughs en Junkie (Drogón) acerca de los heroinómanos: "Para convertirse en adicto hay que tener muchas ganas, hay que poseer una voluntad indomable, la decisión absoluta de pertenecer a ese grupo y vivir esa vida. Porque la primera vez que uno se inyecta en la vena, la sensación es violentamente desagradable. Uno se siente descompuesto, enfermo, agonizante. Los dolores son horribles. Y hay que atravesar seis o siete sesiones hasta que el organismo se acostumbra y pide más. Entonces, la inyección en la vena empieza a producir placer y alivio. Pero ya han pasado tres meses o más, desde que uno dio comienzo a la iniciación".
Todo esto de las drogas es muy antiguo, como que ya los aztecas consumían el cactus llamado "peyote" , antes de la llegada de los españoles, y los chamanes andinos y amazónicos bebían la sagrada "ayawaska", desde tiempo inmemorial. Entonces: ¿qué hay de nuevo?
Lo que hay de nuevo es el paco. Residuo de la fabricación de cocaína, que comenzó en nuestro país alrededor de 2003-2004, verdadera basura tóxica que antiguamente se tiraba, amasijo de hojas de coca exprimidas y molidas con kerosene, esta simpática creación química ha aparecido en Argentina con la fuerza de un boom. Según dicen, tiene un poder adictivo superior a la heroína. Aunque una dosis cuesta sólo 7 pesos, a los 5 minutos el usuario necesita un segundo pipazo . Y luego otro, y otro. Su presencia está ligada a una oleada de criminalidad juvenil sin precedentes, con asesinatos gratuitos, con ancianos golpeados hasta morir, con jubiladas a las que les arrebatan la cartera y las arrojan bajo el tren. Dicen que el Paco mata a un hombre joven y fuerte en un año: consideremos que los usuarios se inician a los 12, 14 o 18. Es difícil distinguir al usuario del "dealer", porque son dos categorías que se dan simultáneamente en una misma persona.
En otras palabras, esto que tenemos ahora no pertenece al mundo de los alucinógenos, el abuso de sustancias psicoactivas o la dependencia química, tal como la conocíamos hasta hoy. Esto ya no es la varicela: ¡Esto es el sida! Tiene dimensiones terroríficas, mueve miles de millones, motoriza crímenes, asesinatos, asaltos. Estamos asomados al abismo de la cartelización, que es cuando las bandas armadas se distribuyen los territorios y atrapan el poder de policía. Esto es temible. De verdad.
Ante el peligro del paco (asociado a la marginalidad, el desempleo, la subalimentación) no es momento de hacer un guiño simpático a los consumidores de marihuana. Que de todos modos seguirán consumiendo, porque nunca los persiguió nadie. Más bien es el momento de endurecer las defensas, fortalecer los músculos, crear nuevos centros de desintoxicación y reeducación, para lo cual se necesitan médicos, enfermeras, hospitales, casas. La Corte no escuchó lo que millones de ciudadanos están pidiendo: seguridad, salud, paz. Sintió otra cosa. Como si viviera en otro país. Tal vez Holanda, tal vez Suiza, tal vez Dinamarca. Admirables naciones que -hoy por hoy- están en otra realidad. Nosotros tenemos que ponernos duros contra todas las drogas, en general. No estamos para darnos el lujo de un permiso frívolo.
Me gusta pensar en la Argentina como un país libre y sano, hostil a la droga. No fanático ni paranoico: hostil.
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