La familia unita

Pensamientos incorrectos

La familia unita

Por Rolando Hanglin
Especial para lanacion.com 

Ya es un problema mundial. Los jóvenes de 30 años se niegan a abandonar el confortable hogar de clase media de papá y mamá: no se casan, ni se reciben, ni estudian, ni trabajan, ni nada. Se quedan.
Quienes más han avanzado en el estudio de este problema contemporáneo son los italianos. Ya en 2006, el ministro de Economía Tommaso Padoa-Schioppa impulsó una ley de incentivos fiscales para estimular a los jóvenes remisos a despegarse del hogar natal, que él llamó "bamboccioni", es decir "grandulones" o "bebotes". Luego vino la polémica propuesta del ministro Renato Brunetta: "A los dieciocho, todos fuera de casa". No prosperó.
El alcance internacional del problema se advierte comparando las estadísticas de diversas naciones. En España, los jóvenes entre veinte y treinta años que viven con sus padres son el 72 por ciento. En Italia llegan al 70 por ciento. En Irlanda, el 61 por ciento. En Francia el 35, en Inglaterra el 28 y en Suecia el 18. Salta a la vista que el tema se hace más agudo en las naciones latinas, de impronta católica y de fuertes lazos familiares.
¿En qué puesto del ranking estaremos nosotros, los argentinos? Por lo que se ve y se escucha en la radio, en la cola del supermercado y en la peluquería, andaremos en algún lugar cerca de Italia y España (o incluso Irlanda) dados nuestros orígenes étnicos y nuestra manera de vivir. No lo sabemos muy bien, ya que no disponemos de estadísticas confiables o no-confiables. Hubo un censo (¿verdad?) hace unos años, pero no conozco los resultados.
Está ocurriendo algo peor. Los padres se niegan a seguir manteniendo a sus hijos ya adultos, pero estos acuden a los tribunales y los jueces les dan la razón.
Por ejemplo: en Bérgamo, Italia, un juez ordenó que un artesano divorciado de 60 años siga manteniendo a su hija de 32, que está "estudiando" en la universidad desde hace ocho años. El hombre dejó de pasarle plata cuando ella cumplió los 29, de modo que ahora debe abonarle las cuotas atrasadas: 12.000 euros. Si el divorciado sesentón pensaba casarse otra vez, tendrá que dejarlo para una próxima encarnación.
Un Tribunal Civil de Roma ha establecido: "No existe límite de edad para el mantenimiento que un padre debe procurarle a su hijo". Y con este criterio rechazó la solicitud de un hombre de 70 años, que había solicitado a la Justicia el cese formal de la cuota de 225 euros que, cada mes, abonaba a su hijo de...36 años.
Otro fallo, en Milán: un ingeniero de 40 años demandó a su papá de 80, próspero cirujano que se resistía a seguir alimentándolo. El tribunal de primera instancia rechazó la pretensión del hijo, ya que por su edad y su título universitario "debería alimentarse solo". Pero el ingeniero apeló a la Casación y esta revirtió la sentencia, de modo que el cirujano deberá pasarle 2000 euros mensuales, más otros 57.000 euros para compensar cuotas atrasadas.
Un caso más, en Italia, trata de una hija de 48 años que extraía dinero de la cuenta de su padre, falsificando su firma. El hombre, de 88 años, descubrió la maniobra y discutió con su hija, quien terminó partiéndole el cráneo. Sic transit gloria mundi (Así pasa la gloria mundana).
Los lectores recordarán el caso retratado por la película francesa Tanguy, donde padre y madre luchaban por deshacerse de su hijo de 30 años, al que pretendían dejar de mantener.
¿Los hijos tienen la misma obligación respecto de los padres? Mmm...
En principio diríamos que sí, pero la crónica relata muchas historias de hombres y mujeres jóvenes que llevan a viejitos hasta la estación de tren, los sientan en un banco, les dicen "esperame que ya vuelvo"...y abandonan simpáticamente a los ancianos. El nono o la nona esperan horas, desorientados e indefensos en ese andén, hasta que alguien se compadece y llama a la ambulancia. Muy pronto llegará el geriátrico, tal vez una dosis excesiva de Valium, y el fin. La maniobra es de una inusitada crueldad: no hay estadísticas que reflejen la cantidad de viejos que han sido librados a su solitaria suerte de este modo en Italia, España, Inglaterra, los Estados Unidos, Francia o Suecia. Pero sabemos que ocurre. ¡Y en el Primer Mundo, mucho más!
Hace unos años, murieron miles de viejos en Francia, sofocados por una inédita ola de calor. ¿Qué pasó? Los hijos y nietos de estos abuelos estaban veraneando en Saint Tropez, en Niza y en la Martinica. Esperaron, pues, a que llegara el fin del verano (julio-agosto) para visitar a los viejitos en sus geriátricos y pensiones con precaria ventilación. Y los encontraron asfixiados.
Es decir que, según todas las apariencias, no se trata de una obligación recíproca: en la familia unida, latina y visceral, todos ayudamos a todos. No: algunos ayudan y otros se dejan ayudar.
Según tengo entendido, un ser humano adulto, que debe trabajar hasta el fin de sus días y sin contrato alguno para sostener a otro ser humano adulto, es un esclavo. Ni más ni menos. Sea un padre, un ex-marido o una ex-esposa. Esta tendencia judicial es violatoria de los derechos humanos.
Por otra parte, una nación que maltrata así a sus viejos y malcría así a sus hijos ya no tan jóvenes (tienen más de 30 y hasta 50) se encamina rápidamente hacia la extinción. Los hijos no quieren independizarse ni casarse, ni trabajar ni estudiar. No producen, no crecen y no se multiplican. Esto ya está sucediendo y en nuestro país también es epidemia, a juzgar por los muchachos (sobre todo, varones) que deambulan entre el cyber y la mochila, entre la birra y el porro, entre el LCD de papá y el tiramisú de mamá, mientras meditan concienzudamente acerca de la Facultad que podrían elegir... antes de cumplir los 40 años.

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