Hace un siglo nacía el hombre que hizo aterrar
Nacido en Sama de Langreo, Asturias, el 25 de agosto de 1912, el actor y director español que muchos toman por argentino de nacimiento no debió pelear contra los prejuicios y las prohibiciones de su familia: sus padres Narciso Ibáñez y Consuelo Menta eran gente de teatro.
Los tres llegaron con su elenco y debutaron en Buenos Aires el mismo día que Narcisín cumplía siete años y ya prometía desde el escenario ser lo que terminó siendo, a través de una carrera que incluyó también el cine y la TV, medio que le dio tremenda popularidad en la Argentina.
Con viajes que intercalaban constantemente Argentina, España y Uruguay, seguía las palabras de Vicente Blasco Ibáñez sobre el concepto de patria, "que es aquélla donde se gana el pan y donde te nacen los hijos".
De pequeño cruzaba el Plata hacia Colonia del Sacramento, donde sus padres habían adquirido una quinta y mientras seducía a alguna niña del lugar, improvisaba atuendos y pelucas de todo tipo para deleitar con sus personificaciones a todo el que se le cruzara.
En una vieja entrevista reconocía la necesidad de todo artista de seducir a sus semejantes, actitud que extendía a las mujeres: "He amado mucho y a muy bellas mujeres; me casé con tres de muy grata memoria: Laura Hidalgo, Pepita Serrador y Lidia Rojas, la santa mujer que me acompaña", enumeraba hacia 1978.
Amante del teatro por encima de otras formas de expresión, en la Argentina se lo vio en "Los granujas", de Carlos Arniches, a principios de la década de 1930, y en obras como "El jorobado de Notre Dame", "Arsénico y encaje antiguo", "Sangre negra", "El carro de la basura", "Un tal Judas", "La muerte de un viajante".
En 1962, después de varias décadas entre nosotros, numerosas dificultades que él entendió como palos en la rueda lo obligaron a abandonar los ensayos de "Ricardo III" en el Teatro San Martín y a emprender un amargo viaje a España, donde se estableció.
El cine argentino fue generoso con él, no tanto en cantidad sino por la calidad de los personajes que le ofreció: fue el payaso castigado de "El que recibe las bofetadas" y el maestro de "Corazón" (ambas de 1947), fue Pedro Bonifacio Palacios en "Almafuerte" (1949), y el cándido anciano preso de "Procesado 1040" (1958).
También descolló en "Obras maestras del terror" (1960), donde interpretaba tres personajes, y no desentonó en la comedia: en la picaresca "La cigarra no es un bicho" (1963), la macartista "Kuma Ching" (1969) y la irónica "Los muchachos de antes no usaban arsénico" (1976), su canto del cisne en la Argentina.
A fines de los 50, en paralelo con lo que hacía la productora Hammer en Gran Bretaña con los insignes Peter Cushing y Christopher Lee, junto a su hijo Narciso Ibáñez Serrador, se propuso aterrorizar al país con historias tremebundas y máscaras horripilantes.
Se dice que había tenido un encuentro en Hollywood con Lon Chaney padre, "el hombre de las mil caras", al que admiraba profundamente, y que fue el intérprete del primer "Drácula" quien lo intrudujo en las artes del maquillaje truculento.
Así, volvió inquietantes las noches de grandes y chicos con "El fantasma de la Opera" (1960), seguida a través de los años por "l hombre que volvió de la muerte", "El monstruo no ha muerto", "El pulpo negro" y "Otra vez Drácula", donde sus infinitos rostros deformes y su voz inconfundible dejaron un recuerdo inolvidable.
Su última incursión en la pantalla chica argentina fue en 1979, con "Mañana puedo morir", por Canal 13, con un elenco en que figuraban Nelly Beltrán, José María Langlais y Teresa Blasco, pero en esos momentos el horror de la dictadura superaba en las calles a cualquier ficción.
Sobre su figura se rodó el documental "Nadie Inquietó Más", de Gustavo Leonel Mendoza, y se editaron algunos libros, entre ellos "Narciso Ibáñez Menta: esencialmente, un hombre de teatro" de su amiga personal Graciela Beatriz Restelli, en 2011.
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