La cuestión mapuche
Por Rolando Hanglin
Especial para lanacion.com
Martes 22 de setiembre de 2009
Leemos que la comunidad mapuche Cayún ha ocupado tierras en la zona de San Martín de los Andes. Se trata de predios pertenecientes a Parques Nacionales. El conflicto social, cultural y patrimonial con los mapuches se ha ido desarrollando de tal modo que muy pronto va a ser un problema nacional, a debatir en el Congreso.
Muchos argentinos (sobre todo, los jóvenes) creen que los mapuches fueron los habitantes originarios del suelo argentino, donde vivieron pacíficamente criando a sus ovejas y tejiendo sus ponchos, sin ser molestados durante todo el lapso de la colonización española (digamos entre los años 1500 y 1850) hasta que la codicia de los estancieros blancos impulsó al general Julio Argentino Roca a expulsarlos de sus tierras. Esa sería la explicación de la limpieza étnica – o genocidio- realizada en 1879 con la llamada Campaña del Desierto.
Como es un tema complejo, que ni siquiera se estudia en el colegio secundario como parte de la historia argentina, no me atrevo a despachar una opinión “impactante” a través de estas líneas. Apenas sugiero a los interesados repasar algunos libros de etnografía, o por lo menos algo más profundo que un manual de historia de primer año, donde se dice poco y nada.
Lo primero que notarán es que la palabra “mapuche” no aparece en ninguna parte: los cronistas de Indias, los geógrafos militares, los mismos caciques en sus correspondencia política (que es abundante), los autores clásicos como Estanislao Zeballos, Lucio Mansilla y Manuel Prado; todos hablan de los indios de la Pampa y la Patagonia como “serranos”, “pampas”, “ranqueles”, “vorogas”, “catrieleros”, “tehuelches”, “pehuenches”, e incluso “puelches”… pero jamás existió una etnia o tribu llamada “mapuche” dentro del territorio argentino. En tiempos de la guerra de los fortines -que duró desde 1820 hasta 1880- se escribieron numerosos glosarios para parlamentar, comerciar, dialogar y entender lo que decían los indios. En ninguno hallará el lector la palabra “mapuche”.
Voy a transcribir algunas citas para aportar algunas pinceladas sobre estos hombres: quiénes eran, cómo eran, de dónde venían.
* “Aquellos a quienes propiamente correspondía la denominación de mapuche eran originarios de Chile, de la región limitada por los ríos Bío-Bío y Toltén, aproximadamente en la latitud de la actual provincia de Neuquén. En su lugar de origen eran bastante sedentarios y practicaban la ganadería y la agricultura en forma incipiente… Divididos en distintas parcialidades, obedecían cada cual a su cacique… Su relación con los conquistadores españoles resultó sumamente conflictiva… Respecto de los mapuches en la Capitanía General de Chile se dio un caso atípico -estimo que único en los anales de la conquista española- ya que los europeos desistieron por escrito de someterlos y firmaron con los aborígenes varios tratados de paz en los que reconocieron su derecho a ocupar un sector del territorio de esa Capitanía General, con límites precisos que no podían ser traspasados por los españoles…La nación mapuche, o araucana como se la denominaba entonces, tuvo así un reconocimiento formal… El territorio establecido, sin embargo, resultó demasiado escaso para esta etnia tan agresiva, y grandes grupos de la misma traspasaron la cordillera de los Andes hacia las grandes llanuras que hoy constituyen el centro de nuestro país… La afluencia de los araucanos a este vasto escenario fue paulatina: puede describirse como una colonización cultural, acompañada de una invasión armada… Las etnias asentadas en territorio argentino fueron absorbidas y adoptaron la lengua mapuche… Este proceso, que se conoce como Araucanización de la Pampa, requirió largos años, pues comenzó en el Siglo XVII y a mediados del Siglo XIX todavía se estaba desarrolando… No es aventurado suponer que los primeros grupos trasmontaron los Andes en busca de los ganados sin dueño que poblaban nuestras llanuras y que se denominaban comúnmente cimarrones. Vacunos, equinos y lanares pastoreaban por millares en las pampas y constituían un tentador suministro para indios y blancos, que los perseguían y capturaban para consumirlos y comercializarlos… Lo que en un principio fueron excursiones temporarias de caza, rápidamente se transformaron en asentamientos definitivos de tal importancia que llegaron a desplazar y absorber a los primitivos habitantes” (Del libro Malones y comercio de ganado con Chile, Siglo XIX, de Jorge Luis Rojas Lagarde).
Estos primitivos habitantes que fueron dominados y absorbidos por los araucanos eran los famosos tehuelches, puelches y serranos de la historia, que perduran en el recuerdo de grandes jefes históricos argentinos como Pincén, Coliqueo, Painé, Catriel y Sayhueque. En todos los documentos históricos de la época, el lector hallará numerosas menciones de los “indios amigos” (sobre todo Catriel y Coliqueo) y también de los “indios chilenos”, y la inmensa rastrillada que estos últimos dejaban, arrastrando sus lanzas por el campo, llamada “camino de los chilenos”. Era ésta una larga banda pisoteada por arreos de ganado robado en las estancias argentinas (a veces hasta 200.000 cabezas) y luego comercializados en Chile, cruzando la cordillera tras un período de engorde que se hacía en el Neuquén.
En este largo ciclo histórico hubo malones cruzados de indios contra blancos y viceversa, alianzas, pactos y traiciones, y puede decirse que toda fuerza militar contó con su valiente escuadrón de lanceros indios, a veces en número de 1000 o 2000, ya que los araucanos y los pampas resultaban militares vocacionales y se anotaban en todas las batallas, con un guiño -naturalmente- del cacique, y la recompensa del botín, tal vez una cautiva blanca. De todos los jefes indios, el más exitoso, cruel y astuto fue sin duda el chileno Juan Calfucurá, que cruzó los Andes para atacar a traición a sus parientes, los vorogas de Salinas Grandes (La Pampa), convirtiéndose luego en un verdadero emperador, con su cancillería, sus escribientes y su trono: el monarca de Tierra Adentro. Sigue diciendo Rojas Lagarde: “Esta fuente de alimentos tan abundante comenzó a disminuir hasta agotarse, con motivo de las continuas e importantes exacciones que sufría, pues los blancos organizaban sus “vaquerías”, anticipando la ganadería actual… los indios optaron por recurrir a la captura del ganado criado por los blancos en sus estancias… Con ello se transformaron de cazadores en depredadores, a mitad del Siglo XVIII”. Es decir, cincuenta años antes de la Independencia.
* El 18 de julio de 1872, el médico militar francés Henri Armagnac participó, como arriesgado testigo, de la represión a un malón que había causado veinte muertes y arreaba miles de cabezas de ganado hacia Tierra Adentro. La historia está relatada en Viaje por las pampas argentinas, publicado por Eudeba en 1974. Los indios asesinaban a sus víctimas varones, se resistieran o no, acometiéndolos con su larga lanza: luego echaban pie a tierra y los degollaban. Las mujeres jóvenes eran secuestradas como cautivas, lo mismo que algunos niños. Las viejas sufrían el mismo destino que los hombres. El doctor Armagnac da fe de que los soldados blancos hacían exactamente lo mismo: no se tomaban prisioneros. Los vencidos eran fusilados o degollados en el lugar, como lo ordenaba Juan Manuel de Rosas en una directiva escrita: “Mátenlos ahí mismo, en caliente y dejen sólo uno vivo, para que declare”. Relata, pues, el doctor Armagnac el encuentro de indios y cristianos: “Pronto vimos a unos cincuenta indios, la mayoría a pie y algunos montados a una distancia de quinientos metros. Apenas nos vieron, los que estaban a pie montaron a caballo, por lo menos los que lo tenían a mano, y emprendieron la huida. Pero nuestros gauchos se lanzaron en su persecución y, en menos tiempo que toma en relatarlo, alcanzaron a algunos y los mataron a lanzazos y cuchilladas. Los otros escaparon en todas direcciones, entre los altos pastos que rodeaban el claro. Siguió la persecución y se logró apresar a algunos más, que fueron fusilados y rematados a puñaladas. Los gauchos realizaban con verdadero ensañamiento estas ejecuciones sumarias”.
* Dice Manuel Olascoaga en Estudio topográfico de la Pampa y el Río Negro, con referencia a las décadas posteriores a 1800: “Nuestros ganados se multiplicaban prodigiosamente de año en año, y los indios también de año en año traían sus malones a todas nuestras poblaciones y establecimientos limítrofes de la pampa…Los ganados invernaban y descansaban tranquilamente en las faldas de los Andes… Allí venian los comerciantes cristianos a cambalachearlos por tejidos, chaquiras, bebidas, tabaco, etc, para luego llevarlos tras la cordilera. Nunca uno de nuestros hacendados se presentó en Chile a reclamar sus vacas robadas. Tampoco hubo jamás una autoridad chilena que diera cuentas espontáneamente o pidiese certificados de propiedad a los que introducían por la Pampa cantidades de ganado que representaban cientos de miles de pesos. Esa exacción y sus connivencias eran absolutamente impunes ante la Justicia chilena”.
* El científico americano George Earl Church describe el ataque de un malón contra Bahía Blanca en 1859. Después de arrebatar 5000 cabezas de ganado que pastaban en los campos vecinos, y al ver que desde el fortín hacían fuego, los indios volvieron hacia la población cristiana y allí desencadenaron un infierno de lanzazos, degüellos y violaciones. Church los describe como jinetes prodigiosos y guerreros de admirable vigor. Al retirarse los salvajes con su gran botín de vacunos, yeguarizos y cautivas, dejaron en el campo de batallas 62 muertos, que el científico describe así: “Eran hombres bien constituidos, musculosos, de mediana estatura, pecho lleno y redondo, hombros anchos, muñecas pequeñas, manos y pies bellamente formados, con dedos estrechos y uñas largas. Un pelo tosco y enredado cubría sus cabezas y caía sobre sus frentes bajas. Tenían pómulos altos y bocas grandes, de aspecto salvaje. La cabeza de un diablo unida al cuerpo de un dios”. ( Aborigins of South America, Chapman & Hall, Londres, 1912). No eran, pues, enemigo fácil ni caballo manso.
* Tiburcia Escudero, una muchacha de 20 años que en 1850 vivía con su madre y sus hermanos en La Higuerita, en San Luis, relata: “Nos levantamos todos en mi casa bien tempranito para ordeñar. En esa época hacíamos muchos quesillos y en esa tarea nos ayudaban, a mi mamá y a mí, mi tata Isaac y mis hermanos, Isaac y Fidel… Como a eso de las once, mis hermanos menores que andaban jugando atrás de las casas gritaron: ¡Dispare, los indios!… Yo les dije; ¡Dejen de joder!. Y seguimos con mi mamá trabajando en la leche. La cuajada ya estaba casi hecha. Ahí sentimos un tropel como si el cerro se viniera abajo. Yo salgo corriendo al patio y veo como doscientos indios a caballo rodean la casa. Gritaban: ¡Matando cristiano!… Yo disparé para el lado de la barranca pero no había hecho ni cincuenta metros cuando un indio me agarró de las trenzas y me levantó en el aire y me puso atravesada sobre la cruz de su caballo, gritando: “No escapando cristiana… Cristiana linda… No matando, llevando toldo”… Cuatro años después pude volver a mi rancho y supe que habían matado a mi mamá. Mi tata se salvó porque estaba en el campo.. Los indios se llevaron todo lo que pudieron, y ya de vuelta saquearon tres casas más, robando, incendiando y matando… En algunos casos, mataron a niñitos que ni caminaban… A las criaturas las revoleaban por el aire y las ensartaban con la lanza, a las carcajadas y al grito de: Matando pichi, matando pichi”. ( Tiburcia Escudero, la cautiva de los ranqueles, publicado por la Secretaría de Estado de Cultura de San Luis)
Todo este trastorno sangriento se había originado en el gran desequilibrio de la pampa, provocado por la masiva invasión de araucanos chilenos. Fueron cincuenta años de sangre y muerte, donde predominaron siempre los más crueles, los más audaces, los más traidores, los más valientes.
Y como trasfondo económico, la sangría de ganado, escamoteado en la pampa y vendido en Chile. El diputado chileno Puelma dijo en un debate del Congreso de su país sobre la cuestión de la araucanía: “Es sabido que el comercio que más realizan los araucanos es el de animales robados en la República Argentina… Y nosotros, que sabiendo que son robados los compramos sin escrúpulo ninguno, después decimos que los indios son ladrones. ¿Qué seremos nosotros, pues?”.
Después de esta época terrible, se tapó todo, se olvidó pronto y mal, y vino el auge de la Generación del 80, con los grandes hombres de la Nación en su expresión moderna: Roca, Mitre, Pellegrini, Sarmiento. La inmigración de italianos, españoles, vascos, irlandeses, polacos, rusos, ingleses, árabes, cubrió ese pasado terrorífico y nadie conoció ya la tremenda historia. La Argentina aspiraba a sentarse entre los grandes países ricos y civilizados… el heróico pero terrorífico relato de la guerra al malón estaba lleno de capítulos turbios, escalofriantes, como para espantar al inmigrante más curtido.
Pero atención: en esa historia, que tiene muchos capítulos y muchos matices, no hay buenos y malos. No hay ángeles. No hay víctimas. No hay “mapuches”. No hay “genocidio”. No hay habitantes originarios, o mejor dicho sí los hay: originarios de Chile.
Nuestros indios amigos, nuestros paisanos que sobrevivieron como pudieron, hoy están esperando una reparación histórica, cultural, territorial, económica, en sus pagos de origen dentro de la República Argentina, como ser Toay, Los Toldos, Ñorquinco. A los araucanos chilenos que, a lanza y bola, derramaron su sangre en nuestro país, les toca (a través de sus descendientes) lo mismo que a cualquier argentino. Una oportunidad para estudiar y trabajar, el respeto de todos mientras se acate la Constitución. Pero, si vemos los hechos históricos, no parece el caso de una “indemnización” o la “devolución de sus tierras originarias, usurpadas por el cristiano”. Eso no sería justo para todos los patriotas que murieron en esta guerra de 50 años y los paisanos que fueron degollados, sus mujeres violadas, sus hijos secuestrados.
En todo caso, yo sugiero al lector, o a los legisladores que muy pronto tendrán que resolver de manera ecuánime esta cuestión, una lectura seria de todo lo que se ha dicho y escrito sobre los indios de la pampa.
Especial para lanacion.com
Martes 22 de setiembre de 2009
Leemos que la comunidad mapuche Cayún ha ocupado tierras en la zona de San Martín de los Andes. Se trata de predios pertenecientes a Parques Nacionales. El conflicto social, cultural y patrimonial con los mapuches se ha ido desarrollando de tal modo que muy pronto va a ser un problema nacional, a debatir en el Congreso.
Muchos argentinos (sobre todo, los jóvenes) creen que los mapuches fueron los habitantes originarios del suelo argentino, donde vivieron pacíficamente criando a sus ovejas y tejiendo sus ponchos, sin ser molestados durante todo el lapso de la colonización española (digamos entre los años 1500 y 1850) hasta que la codicia de los estancieros blancos impulsó al general Julio Argentino Roca a expulsarlos de sus tierras. Esa sería la explicación de la limpieza étnica – o genocidio- realizada en 1879 con la llamada Campaña del Desierto.
Como es un tema complejo, que ni siquiera se estudia en el colegio secundario como parte de la historia argentina, no me atrevo a despachar una opinión “impactante” a través de estas líneas. Apenas sugiero a los interesados repasar algunos libros de etnografía, o por lo menos algo más profundo que un manual de historia de primer año, donde se dice poco y nada.
Lo primero que notarán es que la palabra “mapuche” no aparece en ninguna parte: los cronistas de Indias, los geógrafos militares, los mismos caciques en sus correspondencia política (que es abundante), los autores clásicos como Estanislao Zeballos, Lucio Mansilla y Manuel Prado; todos hablan de los indios de la Pampa y la Patagonia como “serranos”, “pampas”, “ranqueles”, “vorogas”, “catrieleros”, “tehuelches”, “pehuenches”, e incluso “puelches”… pero jamás existió una etnia o tribu llamada “mapuche” dentro del territorio argentino. En tiempos de la guerra de los fortines -que duró desde 1820 hasta 1880- se escribieron numerosos glosarios para parlamentar, comerciar, dialogar y entender lo que decían los indios. En ninguno hallará el lector la palabra “mapuche”.
Voy a transcribir algunas citas para aportar algunas pinceladas sobre estos hombres: quiénes eran, cómo eran, de dónde venían.
* “Aquellos a quienes propiamente correspondía la denominación de mapuche eran originarios de Chile, de la región limitada por los ríos Bío-Bío y Toltén, aproximadamente en la latitud de la actual provincia de Neuquén. En su lugar de origen eran bastante sedentarios y practicaban la ganadería y la agricultura en forma incipiente… Divididos en distintas parcialidades, obedecían cada cual a su cacique… Su relación con los conquistadores españoles resultó sumamente conflictiva… Respecto de los mapuches en la Capitanía General de Chile se dio un caso atípico -estimo que único en los anales de la conquista española- ya que los europeos desistieron por escrito de someterlos y firmaron con los aborígenes varios tratados de paz en los que reconocieron su derecho a ocupar un sector del territorio de esa Capitanía General, con límites precisos que no podían ser traspasados por los españoles…La nación mapuche, o araucana como se la denominaba entonces, tuvo así un reconocimiento formal… El territorio establecido, sin embargo, resultó demasiado escaso para esta etnia tan agresiva, y grandes grupos de la misma traspasaron la cordillera de los Andes hacia las grandes llanuras que hoy constituyen el centro de nuestro país… La afluencia de los araucanos a este vasto escenario fue paulatina: puede describirse como una colonización cultural, acompañada de una invasión armada… Las etnias asentadas en territorio argentino fueron absorbidas y adoptaron la lengua mapuche… Este proceso, que se conoce como Araucanización de la Pampa, requirió largos años, pues comenzó en el Siglo XVII y a mediados del Siglo XIX todavía se estaba desarrolando… No es aventurado suponer que los primeros grupos trasmontaron los Andes en busca de los ganados sin dueño que poblaban nuestras llanuras y que se denominaban comúnmente cimarrones. Vacunos, equinos y lanares pastoreaban por millares en las pampas y constituían un tentador suministro para indios y blancos, que los perseguían y capturaban para consumirlos y comercializarlos… Lo que en un principio fueron excursiones temporarias de caza, rápidamente se transformaron en asentamientos definitivos de tal importancia que llegaron a desplazar y absorber a los primitivos habitantes” (Del libro Malones y comercio de ganado con Chile, Siglo XIX, de Jorge Luis Rojas Lagarde).
Estos primitivos habitantes que fueron dominados y absorbidos por los araucanos eran los famosos tehuelches, puelches y serranos de la historia, que perduran en el recuerdo de grandes jefes históricos argentinos como Pincén, Coliqueo, Painé, Catriel y Sayhueque. En todos los documentos históricos de la época, el lector hallará numerosas menciones de los “indios amigos” (sobre todo Catriel y Coliqueo) y también de los “indios chilenos”, y la inmensa rastrillada que estos últimos dejaban, arrastrando sus lanzas por el campo, llamada “camino de los chilenos”. Era ésta una larga banda pisoteada por arreos de ganado robado en las estancias argentinas (a veces hasta 200.000 cabezas) y luego comercializados en Chile, cruzando la cordillera tras un período de engorde que se hacía en el Neuquén.
En este largo ciclo histórico hubo malones cruzados de indios contra blancos y viceversa, alianzas, pactos y traiciones, y puede decirse que toda fuerza militar contó con su valiente escuadrón de lanceros indios, a veces en número de 1000 o 2000, ya que los araucanos y los pampas resultaban militares vocacionales y se anotaban en todas las batallas, con un guiño -naturalmente- del cacique, y la recompensa del botín, tal vez una cautiva blanca. De todos los jefes indios, el más exitoso, cruel y astuto fue sin duda el chileno Juan Calfucurá, que cruzó los Andes para atacar a traición a sus parientes, los vorogas de Salinas Grandes (La Pampa), convirtiéndose luego en un verdadero emperador, con su cancillería, sus escribientes y su trono: el monarca de Tierra Adentro. Sigue diciendo Rojas Lagarde: “Esta fuente de alimentos tan abundante comenzó a disminuir hasta agotarse, con motivo de las continuas e importantes exacciones que sufría, pues los blancos organizaban sus “vaquerías”, anticipando la ganadería actual… los indios optaron por recurrir a la captura del ganado criado por los blancos en sus estancias… Con ello se transformaron de cazadores en depredadores, a mitad del Siglo XVIII”. Es decir, cincuenta años antes de la Independencia.
* El 18 de julio de 1872, el médico militar francés Henri Armagnac participó, como arriesgado testigo, de la represión a un malón que había causado veinte muertes y arreaba miles de cabezas de ganado hacia Tierra Adentro. La historia está relatada en Viaje por las pampas argentinas, publicado por Eudeba en 1974. Los indios asesinaban a sus víctimas varones, se resistieran o no, acometiéndolos con su larga lanza: luego echaban pie a tierra y los degollaban. Las mujeres jóvenes eran secuestradas como cautivas, lo mismo que algunos niños. Las viejas sufrían el mismo destino que los hombres. El doctor Armagnac da fe de que los soldados blancos hacían exactamente lo mismo: no se tomaban prisioneros. Los vencidos eran fusilados o degollados en el lugar, como lo ordenaba Juan Manuel de Rosas en una directiva escrita: “Mátenlos ahí mismo, en caliente y dejen sólo uno vivo, para que declare”. Relata, pues, el doctor Armagnac el encuentro de indios y cristianos: “Pronto vimos a unos cincuenta indios, la mayoría a pie y algunos montados a una distancia de quinientos metros. Apenas nos vieron, los que estaban a pie montaron a caballo, por lo menos los que lo tenían a mano, y emprendieron la huida. Pero nuestros gauchos se lanzaron en su persecución y, en menos tiempo que toma en relatarlo, alcanzaron a algunos y los mataron a lanzazos y cuchilladas. Los otros escaparon en todas direcciones, entre los altos pastos que rodeaban el claro. Siguió la persecución y se logró apresar a algunos más, que fueron fusilados y rematados a puñaladas. Los gauchos realizaban con verdadero ensañamiento estas ejecuciones sumarias”.
* Dice Manuel Olascoaga en Estudio topográfico de la Pampa y el Río Negro, con referencia a las décadas posteriores a 1800: “Nuestros ganados se multiplicaban prodigiosamente de año en año, y los indios también de año en año traían sus malones a todas nuestras poblaciones y establecimientos limítrofes de la pampa…Los ganados invernaban y descansaban tranquilamente en las faldas de los Andes… Allí venian los comerciantes cristianos a cambalachearlos por tejidos, chaquiras, bebidas, tabaco, etc, para luego llevarlos tras la cordilera. Nunca uno de nuestros hacendados se presentó en Chile a reclamar sus vacas robadas. Tampoco hubo jamás una autoridad chilena que diera cuentas espontáneamente o pidiese certificados de propiedad a los que introducían por la Pampa cantidades de ganado que representaban cientos de miles de pesos. Esa exacción y sus connivencias eran absolutamente impunes ante la Justicia chilena”.
* El científico americano George Earl Church describe el ataque de un malón contra Bahía Blanca en 1859. Después de arrebatar 5000 cabezas de ganado que pastaban en los campos vecinos, y al ver que desde el fortín hacían fuego, los indios volvieron hacia la población cristiana y allí desencadenaron un infierno de lanzazos, degüellos y violaciones. Church los describe como jinetes prodigiosos y guerreros de admirable vigor. Al retirarse los salvajes con su gran botín de vacunos, yeguarizos y cautivas, dejaron en el campo de batallas 62 muertos, que el científico describe así: “Eran hombres bien constituidos, musculosos, de mediana estatura, pecho lleno y redondo, hombros anchos, muñecas pequeñas, manos y pies bellamente formados, con dedos estrechos y uñas largas. Un pelo tosco y enredado cubría sus cabezas y caía sobre sus frentes bajas. Tenían pómulos altos y bocas grandes, de aspecto salvaje. La cabeza de un diablo unida al cuerpo de un dios”. ( Aborigins of South America, Chapman & Hall, Londres, 1912). No eran, pues, enemigo fácil ni caballo manso.
* Tiburcia Escudero, una muchacha de 20 años que en 1850 vivía con su madre y sus hermanos en La Higuerita, en San Luis, relata: “Nos levantamos todos en mi casa bien tempranito para ordeñar. En esa época hacíamos muchos quesillos y en esa tarea nos ayudaban, a mi mamá y a mí, mi tata Isaac y mis hermanos, Isaac y Fidel… Como a eso de las once, mis hermanos menores que andaban jugando atrás de las casas gritaron: ¡Dispare, los indios!… Yo les dije; ¡Dejen de joder!. Y seguimos con mi mamá trabajando en la leche. La cuajada ya estaba casi hecha. Ahí sentimos un tropel como si el cerro se viniera abajo. Yo salgo corriendo al patio y veo como doscientos indios a caballo rodean la casa. Gritaban: ¡Matando cristiano!… Yo disparé para el lado de la barranca pero no había hecho ni cincuenta metros cuando un indio me agarró de las trenzas y me levantó en el aire y me puso atravesada sobre la cruz de su caballo, gritando: “No escapando cristiana… Cristiana linda… No matando, llevando toldo”… Cuatro años después pude volver a mi rancho y supe que habían matado a mi mamá. Mi tata se salvó porque estaba en el campo.. Los indios se llevaron todo lo que pudieron, y ya de vuelta saquearon tres casas más, robando, incendiando y matando… En algunos casos, mataron a niñitos que ni caminaban… A las criaturas las revoleaban por el aire y las ensartaban con la lanza, a las carcajadas y al grito de: Matando pichi, matando pichi”. ( Tiburcia Escudero, la cautiva de los ranqueles, publicado por la Secretaría de Estado de Cultura de San Luis)
Todo este trastorno sangriento se había originado en el gran desequilibrio de la pampa, provocado por la masiva invasión de araucanos chilenos. Fueron cincuenta años de sangre y muerte, donde predominaron siempre los más crueles, los más audaces, los más traidores, los más valientes.
Y como trasfondo económico, la sangría de ganado, escamoteado en la pampa y vendido en Chile. El diputado chileno Puelma dijo en un debate del Congreso de su país sobre la cuestión de la araucanía: “Es sabido que el comercio que más realizan los araucanos es el de animales robados en la República Argentina… Y nosotros, que sabiendo que son robados los compramos sin escrúpulo ninguno, después decimos que los indios son ladrones. ¿Qué seremos nosotros, pues?”.
Después de esta época terrible, se tapó todo, se olvidó pronto y mal, y vino el auge de la Generación del 80, con los grandes hombres de la Nación en su expresión moderna: Roca, Mitre, Pellegrini, Sarmiento. La inmigración de italianos, españoles, vascos, irlandeses, polacos, rusos, ingleses, árabes, cubrió ese pasado terrorífico y nadie conoció ya la tremenda historia. La Argentina aspiraba a sentarse entre los grandes países ricos y civilizados… el heróico pero terrorífico relato de la guerra al malón estaba lleno de capítulos turbios, escalofriantes, como para espantar al inmigrante más curtido.
Pero atención: en esa historia, que tiene muchos capítulos y muchos matices, no hay buenos y malos. No hay ángeles. No hay víctimas. No hay “mapuches”. No hay “genocidio”. No hay habitantes originarios, o mejor dicho sí los hay: originarios de Chile.
Nuestros indios amigos, nuestros paisanos que sobrevivieron como pudieron, hoy están esperando una reparación histórica, cultural, territorial, económica, en sus pagos de origen dentro de la República Argentina, como ser Toay, Los Toldos, Ñorquinco. A los araucanos chilenos que, a lanza y bola, derramaron su sangre en nuestro país, les toca (a través de sus descendientes) lo mismo que a cualquier argentino. Una oportunidad para estudiar y trabajar, el respeto de todos mientras se acate la Constitución. Pero, si vemos los hechos históricos, no parece el caso de una “indemnización” o la “devolución de sus tierras originarias, usurpadas por el cristiano”. Eso no sería justo para todos los patriotas que murieron en esta guerra de 50 años y los paisanos que fueron degollados, sus mujeres violadas, sus hijos secuestrados.
En todo caso, yo sugiero al lector, o a los legisladores que muy pronto tendrán que resolver de manera ecuánime esta cuestión, una lectura seria de todo lo que se ha dicho y escrito sobre los indios de la pampa.
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