Isidoro Cañones

Isidoro Cañones
Creado por Dante Quinterno en el año 1935, el personaje tuvo como antecedente a algunos de los primeros personajes del mismo autor, específicamente “Manolo Quaranta”, “Don Gil Contento”, “Julián de Montepío” e “Isidoro Batacazo” (click aquí para más información). Su primera aparición tuvo lugar en la primera de las aventuras de Patoruzú que fuera publicada en el diario "El Mundo" (el día 11 de Diciembre de 1935), donde regenteaba un circo, y se convertía en su padrino (puede ver esa precisa escena haciendo click aquí). Aunque el objetivo inicial de esto era cuidar los intereses de su ahijado, Isidoro siempre tratará, a partir de ese momento, de sacar partido de la fortuna del indio. De todas formas, a partir de ahí el personaje del padrino pasa a ser un compañero inseparable de Patoruzú en todas sus aventuras.


Sin embargo, el desarrollo del personaje de Isidoro, una vez creado, tuvo dos rumbos bastante particulares: por un lado era el padrino de Patoruzú, siendo su contraparte en las historietas compartidas por ambos (a la izquierda, una escena de 1936), y, por otro lado, era el auténtico "Play-Boy mayor de Buenos Aires" (tal como se lo solía denominar), pero ya viviendo sus propias aventuras; es en este segundo caso, a partir de 1940, cuando el personaje se haría más popular (y querido por el público). Vale señalar que, en las historietas compartidas por ambos, Isidoro es nombrado solamente como "Padrino" (nunca por su nombre).
En las aventuras de Patoruzú, el personaje del padrino es presentado como irresponsable, timbero, interesado, vago, cobarde, corruptible y desvergonzado, o sea una antítesis de su ahijado (ya que Patoruzú es un ejemplo de moral, valentía, honradez y rectitud, entre otras virtudes). En estas historietas, Isidoro alternaría, entre los distintos escenarios, el campo y la ciudad. Ya para el año 1939, en una tira, aparecería, por primera vez, su tío, el Coronel Urbano Cañones. Un año después, y más que nada debido a la simpatía del personaje, Isidoro tendría sus propias aventuras como protagonista de su propia tira, en este caso en la revista "Patoruzú Semanal", ya con historias totalmente ajenas a las del héroe sureño: Isidoro presenta una familia y una vida ajena a la que lleva en las historias que comparte con el indio como el "padrino", ya que vive con su tío, el Coronel Cañones, en la casa de éste, en lugar de compartir el techo con Patoruzú. Pero las tiras de Patoruzú siguen adelante, así que, al mismo tiempo, pero en este caso como el "padrino" (no como Isidoro), continúa compartiendo las otras historietas con el indio.


Una de las razones del éxito del personaje se debía a que, a diferencia de los otros héroes de historieta (al menos en esa época), Isidoro tenía una vida como la de muchos de los lectores, en un mundo de tentaciones. Del mismo modo en que Patoruzú encarnaba todas las virtudes humanas casi hasta el aburrimiento, Isidoro se reservaba para sí una gran cuota de verosimilitud y realismo. Otro de los aciertos de la historieta fue hacer constantes alusiones a las marcas y lugares de moda, lo que acentuaba aún más el realismo y la consiguiente identificación por parte de los lectores; así, la historieta mostraba una Buenos Aires que existía en la realidad, y no una "neutra", como la de Patoruzú y otros personajes de historieta. En sus propias tiras (o sea sin Patoruzú), Isidoro era un fiel representante del típico "chanta porteño", y recreaba el prototipo del hombre de la noche. Sus andanzas fascinaban aún a aquellos que no comulgaban con su ética y sus métodos, y lograba que muchos anhelaran vivir la vida como él, una vida que, en sus comienzos, representaba a todo un sector del país, que, sin ser de la elite económica, vivía y conocía el Buenos Aires nocturno, y disfrutaba de las fiestas de la alta sociedad.
Para quienes no accedían a las “Boites” y al “Jet-set”, Isidoro era una forma de vivir y conocer a Buenos Aires de noche. Incluso, todavía, en los años ‘40, era necesario vestir esmoquin y moñito para entrar en las fiestas de la alta sociedad (a propósito del tema, el apellido “Cañones” Isidoro sólo lo usaba como aquella dote que le permitía acceder a ciertos lugares paquetes y presentarse en sociedad). De todas formas, el Isidoro de hoy casi que es el mismo de siempre, aunque encarnó al hombre de la noche en los años ‘40 y ‘50. Otro acierto de las historietas de Isidoro era el lenguaje sumamente coloquial que utilizaban los personajes, reflejo de cómo se hablaba en la calle y en las altas esferas.


¿Cómo definirlo? Según el escritor Luis Guzmán, “Isidoro era un playboy de otro tiempo y hacía gala de un cinismo casi inocente; era un tarambana, y a su vez un antihéroe algo querible a partir de sus fracasos, nunca demasiado malo ni demasiado cínico como para juzgarlo”. Por su parte, el filósofo Omar Bello dijo que “nadie sintetizó mejor al porteño y, por añadidura, al argentino promedio: un chanta irresponsable, pero increíblemente carismático. Ladrón, pero sin sangre ni violencia. Estafador del ingenio". Andrés Accorsi expresó, entre otras cosas, que "Isidoro no estaba del lado de los buenos: estaba del lado de Isidoro. Si descubría las fallas del sistema, era en su propio beneficio y no para cambiar una situación injusta. La suya era una revolución frívola, que bien justificaba las infames estafas de las que se valía con tal de obtener guita, chapa y chicas". Es importante señalar también, por supuesto, lo que dijo una vez, acerca del personaje, el semiólogo Oscar Steimberg: "Isidoro tenía el optimismo del pequeño triunfador cotidiano, a quien le importa lo que pasa hoy y no mañana".
La valentía, como se dijo, no era su fuerte, y, aunque Isidoro Cañones era tramposo y algo indolente, en el fondo era de buen corazón, lo que lo hacía querible. Isidoro era aficionado a la vida fácil, a las carreras de caballos, a los autos deportivos descapotables (en general, el modelo de auto que utilizaba Isidoro era un BMW Cabriolet 503), y a su inseparable "Scotch", que lo acompañaba diariamente. Generalmente con polera negra, saco cruzado (de anchas solapas), mocasines relucientes, pelo a la gomina (aunque con algunos pelos eternamente parados), y un vaso de whisky “Chivas Regal” para entonarse, Isidoro iba de fiesta en fiesta buscando diversión y viviendo la vida a su manera, ya que saldría a festejar cualquier asunto que sería de su agrado. También podía pasar jornadas enteras jugando al póquer (ver tira). Otra cosa que le gustaba era bailar, sobre todo con música jóven y popular (click aquí), aunque dominaba distintos ritmos.

Isidoro siempre se las ingeniaba para pasar las horas a cuerpo de rey, con mujeres hermosas y de curvas insinuantes, pilchas de novela (una de sus cuentas pendientes casi siempre eran con el sastre, Popoff), lugares fenomenales, una "barra" de amigos dispuestos a hacer lo que se le ocurriera, y emprendimientos de los que (sin perjuicio de los tragos amargos de cada episodio) siempre salía ileso y bien parado. A propósito de su barra de amigos, sin dudas que Isidoro era un líder natural, ya que sus compañeros parecían sin iniciativa cuando no lo tenían a él. También hay que mencionar que a Isidoro le gustaba renovar su guardarropas, y por eso, en una sola aventura, podía variar entre distintos estilos de vestimenta: traje y corbata, saco blanco con un moñito al cuello, saco sport blanco con polera negra, saco deportivo a cuadros, esmoquin, etc. Con el tiempo, también se animó a la ropa informal, como ser los jeans, camisa, chomba, etc. Incluso apareció, alguna vez, con unos correctos “breeches” cuando tuvo que pasar una temporada en la estancia del Coronel.
Isidoro era capaz de dar una respuesta ingeniosa para impresionar a la barra de amigos o seducir a una mujer. Era el galán atrevido y el trasnochador que le huía al trabajo (nunca se le había conocido alguno fijo). Es más, para él, trabajar era casi denigrante. Se pasaba el día tratando de inventar negocios fantásticos y pensando a quién embaucar. A esa ocupación, se le sumaba el Isidoro conquistador. Sus conquistas permitían ir agregando personajes a la trama. Los amores de Isidoro, mujeres rubias, con dinero, y preferentemente de doble apellido, eran lo que entonces se denominaba “la crema de Buenos Aires”. Como dijo una vez Fontanarrosa, "Isidoro no alcanzaba a ser un “dandy” sino más bien un solterón empedernido".


La trama de las historietas cuenta que Isidoro, que vivía con su tío, el Coronel Urbano Cañones (a la izquierda los vemos a los dos juntos) en una hermosa mansión, llevaba una vida de Play-Boy muy alejada de las heroicas andanzas de Patoruzú. Isidoro intentaba vivir sin trabajar y darse todos los gustos que quisiera a través de la riqueza de su tío, que una y otra vez quería, en vano, hacerlo cambiar de vida y sentar cabeza. Es más, Isidoro tenía pocos escrúpulos y era capaz de reclamar sus derechos de trabajador respecto a la pensión vitalicia que el tío le pasaba mensualmente, solicitando, por ejemplo, vacaciones, doble aguinaldo y aumento retroactivo según la inflación. La ciudad en la que Isidoro se movía era, sobre todo, una Buenos Aires nocturna. Un ejemplo de una jornada sería un coktail en “Polifemo”, ir a comer a la parrilla “La Raya”, seguir con café y copas en el “Petit Café” y, para reventar la noche, baile en “Karim”. También frecuentaba lugares como “Mau Mau”, “Hippopotamus”, “La Biela”, “Camerún”, “Pigalle”, la parrilla “Happening”, etc. Justamente, en Mau Mau, que era la "boite" más exclusiva de los ‘60, y casi un segundo hogar para Isidoro, el personaje deleitaba a la barra con sus shows siempre espontáneos y su ágil danza en la pista.
Por supuesto que también asistía al Hipódromo de Palermo, y, cuando armaba una "bienal de Isidoro" generalmente alquilaba la Rural o la cancha de River. Por su parte, Mar del Plata, con sus exclusivas boites forradas de leopardo, era la Meca; en los ’40 era el lugar obligado para cualquier cajetilla que gustase cambiar de paisaje de vez en cuando, y para Isidoro, desde siempre, era el horizonte perfecto para un fin de semana salvaje. Por eso, con el tiempo, "La Feliz" fue un punto de encuentro casi obligado, en el verano, para la barra. Luego, con el paso del tiempo, Isidoro se fue convirtiendo en un personaje sin fronteras. Así, con los años comenzó a vivir aventuras también en distintas ciudades de Latinoamérica y Estados Unidos, y, sobre todo, en Europa (más que nada en Mónaco, París, Londres, Roma y Montecarlo). También visitó, ocasionalmente, alguna isla paradisíaca. Y no solamente estaba bien informado de los lugares de diversión en cada sitio, sino que también se demostraba conocedor de las bebidas características de cada ciudad a la que visitaba.

Con Isidoro se pasó del relato de aventuras de Patoruzú a la comedia de enredos. En 1968 apareció su propia revista (Locuras de Isidoro), sitio donde aparecería otro personaje, Manuel (izquierda). Ese año, el protagonista comenzó a "zafarse". Allí, los guionistas, Faruk y Mariano Juliá, (los dibujos eran de Tulio Lovato) pensaron cómo convencer a Quinterno de que Isidoro necesitaba ampliar sus horizontes, abrir las fronteras y lanzarse a conquistar el mundo entero. Además, el play-boy debía conseguir una compañera que lo secundara en sus estafas y negociados, aunque Faruk recuerda especialmente lo difícil que fue persuadir al dibujante.
Así, no pasó mucho tiempo antes de que el camino de Isidoro se cruzara con el de la hermosa Cachorra (derecha) en pleno viaje a Mar del Plata, ciudad en la que nuestro Play Boy ha pasado noches inolvidables, asomado alguna que otra vez por la playa con gafas oscuras. Cachorra era tan "bandida" como Isidoro, y además su cómplice, pero ante los ojos del Coronel Cañones se mostraba como una chica de familia, estudiosa, responsable, recatada y trabajadora, y se convirtió en una mujer recurrente en la vida de Isidoro. Curiosamente, el abuelo de Cachorra, el misterioso general Bazuka, nunca fue mostrado, pues siempre cuando Isidoro lo iba a conocer, el militar estaba en el exterior.

La popularidad del personaje fue tal en la década del ‘70 que, en los años 1973 y 1974 aparecieron 2 discos de "La Discoteca de Isidoro" (click en cada una de las 2 portadas), con los temas de moda de la época. El personaje ofició de compilador de los dos long play con éxitos de la época. Las colecciones incluían desde "Roll over Beethoven", de Electric Light Orchestra, hasta "Who was", de Hurricane Smith, "Miss Ruth Ann", del conjunto Gallery, o "Mama Loa", de los Humphries Singers (click aquí). Hits irresistibles que recalaban en la música disco, el soul, la canción americana y el lounge. Como para estar en onda con la nueva ola.

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