Una travesía a bordo del Rainbow Warrior III

Greenpeace Argentina celebra su aniversario número 25 con la llegada del buque insignia a Buenos Aires. Perfil.com estuvo a bordo del velero durante un día. 







Por Ana Laura Caruso (*)
Aunque la mayoría de las personas se refiere a los miembros de Greenpeace como simples “activistas”, ellos tienen un nombre mucho más romántico. Se los conoce como “los guerreros del arcoiris” por la leyenda que inspiró la fundación de este movimiento en la década del 70.
También se bautizó con este nombre al buque insignia de la agrupación: el “Rainbow Warrior”. Por estos días, la filial argentina de Greenpeace está festejando su 25º aniversario en el país y lo celebra con la llegada del nuevo barco de la ONG, el “Rainbow Warrior III”, que se podrá visitar a partir del viernes 13 hasta el domingo 22 de julio. Con perfil.com realizamos una travesía a bordo del velero que zarpó el martes al mediodía desde Montevideo y llegó este miércoles a la mañana a la ciudad de Buenos Aires, tras un viaje de más de dieciocho horas.
La vida a bordo
En el Rainbow Warrior III hay poco tiempo para el ocio. Los horarios son de lo más estrictos: a las siete de la mañana se sirve el desayuno; a las doce, el almuerzo; y a las seis, la cena. Los veinte tripulantes, que vienen de distintas partes del mundo, trabajan de ocho de la mañana a cinco de la tarde sin descanso. Sus tareas incluyen desde la navegación del barco hasta la limpieza y la cocina.
Joel Stewart, el capitán del Rainbow Warrior III, nació en Estados Unidos pero vivió en distintos lugares del mundo, como Alaska y Costa Rica. Se unió en 1989 a Greenpeace y estuvo presente en las acciones más importantes. A pesar de que no le gusta hablar de su vida privada, confiesa que se siente a gusto en el agua y que no extraña demasiado la tierra firme.
Parece una obviedad pero para ser tripulante de un barco de Greenpeace hay que tener vocación. Los viajes duran entre tres y cuatro meses, y el cruce del océano entre un país y otro puede durar más de un mes. Daniel Binyon es primer oficial del buque. Nació en Inglaterra y trabajaba en la marina mercante hasta que se unió a la ONG. “El foco de Greenpeace hoy está puesto en el cambio climático”, dice. Dan está convencido de que son las “pequeñas acciones” las que van a cambiar el mundo, como separar la basura o no dejar las luces prendidas para ahorrar electricidad.
Andrés Soto, chileno, es el tercer ingeniero del Rainbow Warrior III. Trabaja desde hace cuatro años para la organización y los vivió intensamente. Su novia, también activista de Greenpeace, estuvo presa hace poco durante dos semanas por abordar una torre de petróleo. Otras anécdotas de Andrés incluyen ver cómo un grupo de piratas secuestraba un barco en el Canal de Suez o tener que operar durante una tormenta en la que se soltó un contenedor que casi  provoca el hundimiento de uno de los barcos.
Sin embargo, en el buque no sólo hay profesionales con años de experiencia. En el Rainbow Warrior III también viajan dos trabajadoras voluntarias, la sueca Amanda Eklund y la brasilera Elissama De Oliveira, ambas de 20 años. “Es como un sueño”, dice Elissama. “Mi mamá está preocupada porque estoy hace tres meses lejos de casa y piensa que es peligroso, pero yo siento que estoy haciendo lo que amo”.
Un gigante en el agua
El Rainbow Warrior III empezó a operar en octubre de 2011. Tiene 58 metros de eslora y 11,30 metros de manga. Costó 45 millones de euros y está financiado enteramente con donaciones de los 3 millones de miembros de Greenpeace en todo el mundo. El velero tiene capacidad para una tripulación de treinta personas y cuenta con una sala de conferencias, una sala médica y un helipuerto.
Además, es el primer barco diseñado y construido íntegramente para Greenpeace, a diferencia de los otros buques, que habían sido comprados después de otros usos y restaurados. Las acciones del barco se centran en la lucha por la energía renovable, la protección contra la pesca ilegal y la detención de la deforestación, entre otras cosas.
Las historias del Raibow Warrior no siempre son felices. Justamente el martes se conmemoró el aniversario número 27 de la muerte del fotógrafo holandés Fernando Pereira, quien falleció después de que el servicio de inteligencia francés bombardeara el Rainbow Warrior I en 1985.
En declaraciones a la prensa, el capitán que comandaba el barco en ese momento, Peter Willcox, dijo: “El hundimiento del Rainbow Warrior nos procuró la atención mediática que contribuyó a que Greenpeace fuera lo que tenía que ser y en última instancia tuvo que ser”. Willcox en este momento está en Buenos Aires a la espera de abordar el Rainbow Warrior III e iniciar una travesía a Ciudad del Cabo.
En 1989, Greenpeace adquirió un nuevo buque (al que bautizó como “Rainbow Warrior II”) con la plata que tuvo que pagar Francia como indemnización por el ataque. Tras 22 años en servicio, este velero se cedió el año pasado a la organización Friendship, que lo usa como buque de primeros auxilios, y se construyó el Rainbow Warrior III.
Los hippies del arcoiris
Greenpeace comenzó en 1971 de la mano de un grupo de estadounidenses y canadienses que protestaban contra la guerra de Vietnam y las pruebas atómicas. Uno de los fundadores, Bob Hunter, recibió un libro de mitos indígenas llamado “Los guerreros del arcoiris” donde se narraba una leyenda que decía que cuando la Tierra fuera saqueada de todos sus recursos, todos los hombres se unirían para convertirse juntos en defensores de causas ecológicas.
En Argentina, la primera oficina de Greenpeace abrió en 1987. “Son muchos años de trabajo duro y de independencia política y econímica”, dice Martín Prieto, director ejecutivo. Hoy Greenpeace Argentina tiene 85 mil socios que aportan donaciones cada mes para que la organización pueda financiar sus campañas. Entre los logros más importantes de la ONG, Prieto destaca haber prohibido que existiera un basurero nuclear en Chubut, haber conseguido la sanción de la Ley de Bosques y haber promovido la ley de Basura Cero.
El Rainbow Warrior III llegó a Buenos Aires a las 9.30 de la mañana del miércoles, acompañado por varios gomones de la organización. Después de cuatro horas demorados en el puerto por una exhaustiva inspección de la aduana, los viajeros pudieron bajar. Allí, una nueva tripulación esperaba para abordar el barco, que se dirigirá a Sudáfrica en dos semanas. Mientras tanto, el buque permanecerá en Puerto Madero para recibir a todos los curiosos que lo quieran conocer y, quizás, realizar alguna de sus acciones por el medioambiente.
(*) Redactora de Perfil.com












































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