La historia del diseñador que logra fotos únicas de insectos en la Reserva Ecológica

Miguel César tiene 47 años y es un apasionado de la macrofotografía. Aquí, cuenta los secretos para capturar un mundo único a pocas cuadras del centro porteño.


Sigiloso, se para delante de flores y arbustos. Su arma: la cámara. Su blanco: los insectos. Espera el momento y dispara. El resultado:ojos, pelos, patas, alas y aguijones revelados con minuciosidad microscópica. La obsesión por el detalle lo llevó a Miguel César a experimentar con la macrofotografía y se convirtió así en una especie de paparazzi dispuesto a agarrar in fraganti a los bichos de la Reserva Ecológica. 


Miguel tiene 47 años y es licenciado en Sistemas. Actualmente trabaja como diseñador en una empresa. Nunca estudió fotografía, pero está unido a ella desde la infancia. Con tan sólo 10 años ayudaba a iluminar las escenas que su hermano mayor Pablo –hoy cineasta- filmaba en Súper 8. A los 18 tuvo entre sus manos su primera cámara réflex


“La macrofotografía me empezó a gustar hace dos o tres años, cuando me compré un equipo mejor. Fui investigando de qué se trataba por Internet. A mí me gusta mucho la fotografía del detalle. Los insectos tienen muchos detalles y eso es lo que me atraía. Me gusta captar los colores, cosas que no vemos habitualmente así nomás, ya que necesitamos una buena lupa o un microscopio para ver un insecto de la manera en la que se ven en las fotos”, explica César a Clarín, sentado en un banco de la reserva de Costanera Sur, mientras intenta –sin gran éxito- defenderse a manotazo limpio del persistente ataque de los mosquitos. 


En la macrofotografía el sujeto capturado es en la realidad igual o más pequeño que el que resulta en la imagen. Es muy utilizada en la investigación biológica, ya que permite la documentación de lascaracterísticas y las particularidades de minúsculas especies


La reserva, en el límite entre Puerto Madero y el Río de La Plata, es una especie de oasis en medio del asfalto, donde el canto de los pájaros y el chirrido de los grillos le ganan al escándalo de motores y bocinas.Miguel avanza con pie de pluma y calcula cada movimiento. Se acerca a flores y hojas donde los insectos se posan. “Empiezo disparando desde lejos para no perderlos y después me voy enviciando y me acerco”, comenta. El desafío: tomar al bicho de frente y que no se vuele en medio de la sesión (“lo interesante es tener en foco la cara, el ojo”). La paciencia es una condición excluyente para esta práctica. Las figuritas difíciles son los alguaciles y las libélulas, hábiles a la hora de esquivar a la cámara. “Es demasiado frustrante. La mayoría de las veces me vuelvo de malhumor”, confiesa. Lo que sí se lleva seguro son picaduras, porque para no ahuyentar a sus modelos no usa repelente.


Para poder captar hasta el más mínimo detalle de sus fotografiados, Miguel le agrega a la cámara tres tubos de extensión y flashes. Con una mano la sostiene y con la otra acerca la hoja o la flor en la que está el bicho al lente (de 55-200mm). Pero no alcanza sólo con pericia y un buen equipo, las condiciones meteorológicas deben ser óptimas. “Tiene que haber poco viento porque ellos se paran sobre las flores y un grado de luz importante para poder encontrarlos”, explica. Tampoco da lo mismo cualquier momento del día. Los horarios ideales son a la mañana temprano o la noche, porque “están más tranquilos, como posando”. 


Miguel tiene un rico archivo fotográfico conformado en su mayoría por sílfidos, coléopteros y dípteros, que son los que más abundan en el paseo porteño. Planea viajar a otras reservas para traer de regreso retratos de nuevas especies y, mal que le pese, alguna que otra picadura.





















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