Qué es lo mejor y lo peor de cada supermercado
Cada cadena tiene sus pros y sus contras. A continuación, changuito en mano, el análisis pormenorizado de una experta en góndolas.
JUMBO
Cuando uno camina por los pasillos de Jumbo siente que la crisis del 2001 fue un invento de los medios. Entrar a Jumbo es como viajar en el tiempo. Es normal encontrar centollas, chocolate belga y diez marcas de pasta italiana. Si un producto existe, está ahí. Por más caro o extravagante que sea. Vayan a cualquier sucursal y hagan la prueba. Cuenten la variedad de exquisiteces en la fiambrería, la diversidad de productos congelados, la oferta de té importado, la vastedad de su pescadería o el surtido y la calidad de sus verduras. Y eso no es todo. Lo bueno de Jumbo no acaba en las góndolas. Su patio de comidas es El Bulli de los patios de comida. En vez de ofrecer minutas aceitosas recalentadas en microondas, hay platos de frutas, ensaladas frescas y sopas caseras. Pero esta abundancia tiene –literalmente- su precio. En Jumbo todo cuesta un 50% más que en el resto de los supermercados. Especialmente sus carnes, que duplican los precios de una carnicería barrial.
Lo mejor: siempre tuvo y tendrá la mejor panadería. Siempre fueron pioneros. Si bien sus hornos son Argental como los del resto, sus maestros panaderos son los mejores del gremio. Hay riquísimo pan de centeno, wollkorn, y sus baguettes están lejos de esos tubos gomosos que arruinan choripanes que venden los demás.
Lo peor: Además de caro, tiene sólo 16 sucursales. Uno no puede elegir comprar en Jumbo, sino que Jumbo lo elige a uno. Además, sus ofertas y promociones son para morirse de risa. Tengo una tarjeta Jumbo más desde hace 11 años y todavía no me alcanzan los puntos para canjear una taza.
CARREFOUR
Hace mucho pero mucho tiempo Carrefour era barato y apuntaba a vender en cantidad. Los domingos sus locales se llenaban de familias pellizcando baguettes y cargando latas en changuitos grandes como portaviones. Pero insisto, eso fue hace mucho tiempo. Desde hace algunos años Carrefour se transformó en un supermercado indeciso. Si bien sigue apuntando a la cantidad y mantiene la variedad de productos, una imagen impecable y una buena atención, no se entiende bien a qué público busca. En Barrio Norte se quiere parecer a Jumbo y en Montegrande, quiere pasar por un mayorista. Como sus sucursales están divididas en A, B y C, de acuerdo al poder adquisitivo de su público, la calidad de Carrefour depende de la sucursal. Los supermercados modelo (Vicente López, por ejemplo) son mejores, pero otros tienen pescaderías que desaparecen y aparecen, carnicerías azarosas y una inconstante sección de importados o de bazar. Pero repito: en general, la calidad es más que decente. El mayor atractivo de Carrefour, además de la financiación en electrodomésticos, son las ofertas. Hay 2 x 1, descuentos entre el 20% y el 50% o una botella de vino gratis si llevás cinco de la misma bodega.
Lo mejor: es el único que tiene una buena sección textil. No digo que uno pueda vestirse en Carrefour, pero sí les sugiero que vean la cantidad y calidad de ropa interior, de sábanas y de remeras lisas que ofrecen que no está nada mal.
Lo peor: La verdulería es cara y mala. Venden hortalizas en estado lamentable a precio de oro.
COTO
Sus locales son lúgubres, el layout es confuso, los pasillos son angostos, las góndolas son desprolijas y a veces hay olores raros. Al lado de las tiendas blancas y luminosas de Carrefour, Coto parece un sótano clandestino. Salvo por la cantidad de sucursales que tiene, porque opera en internet y porque fabrica desde sus helados hasta sus sándwiches, Coto no aporta nada nuevo. Ni hay variedad, ni grandes precios, ni una atención esmerada. La panadería, para dar un ejemplo, no tiene un sólo producto bueno. Las tortas y las masas finas son, por lejos, lo peor. Es increíble que alguien se anime a festejar un cumpleaños con esos pasteles de goma espuma con crema artificial o servir a sus visitas esas masas bañadas en chocolate falso y granas de cotillón. Y ni hablar de la rotisería. Yo nunca olí tanto aceite ni vi tantas frituras juntas como he visto en este supermercado. Fríen hasta lo infreíble. Si se llegara a incendiar uno de sus patios de comidas, se prendería fuego desde el microcentro hasta la selva chaqueña.
Lo peor: Alfredo Coto empezó su cadena con una carnicería, pero paradójicamente, las peor carne de Buenos Aires se compra en Coto. Las bandejas chorrean sangre, los bifes vienen cortados gruesos como colchones y las milanesas que a primera vista parecen dignas esconden, pícaras, dobleces llenos de nervios y frunces descartables.
Lo mejor: la verdulería tampoco es muy buena pero tiene algo interesante: vende verdura lista para consumir: zanahoria rallada, champiñones fileteados, flores de brócoli, ramitos de coliflor. Las pastas también son buenas y tienen un par de productos piolas: bollos de pizza amasados para estirar, panqueques, y milanesas de berenjena o zapallito rebozadas.
DISCO
Disco es una versión mucho más modesta de Jumbo (son los mismos dueños). Todo está impecablemente exhibido, la verdulería es chica pero buena y se puede conseguir algunos productos gourmet. Sin embargo, debido a su tamaño y a la ridícula inclusión de productos de lujo, Disco es como más parecido a un almacén que a un supermercado. Es, de todos, el que menos variedad tiene. O al menos el que tiene una variedad más arbitraria. Una sola marca de limpiavidrios o un solo tipo de filtro para café pero media góndola de chocolate importado. Está bien que sus clientes sean oficinistas apurados o parejitas buscando un vino ¿Pero acaso esas parejitas no necesitan detergente para lavar las copas más tarde?
Lo mejor: tiene la mejor carnicería de todas. La oferta es variada, los precios son buenos y la carne es tierna y prolijita. Para un asado improvisado, es una buena opción.
Lo peor: es absolutamente imposible ir al almacén de Disco con una lista y volver todos los ingredientes. Imposible. Sus tiendas sirven para buscar quesitos y snacks. Para lo demás, hay que ir a un supermercado en serio.
WAL-MART
Cuando llegó a la Argentina, hace más o menos doce años, Wal-Mart desembarcó con sus donuts, tortas angel y T-bones decidido a apabullar los hábitos de los consumidores porteños. Pensaban abrir miles de sucursales junto a Home Depot y el Sam´s Club, sin embargo, las ventas de la primera sucursal les pusieron un freno. A pesar de lo que invirtieron en impresionarnos, el público argentino es muy cerrado y ortodoxo cuando se trata de carne y de facturas, y jamás compró, ni para probar, una torta sin dulce de leche. Así, sus donut displays o sus pound cake cabinets se fueron transformando en muebles factureros y mostradores curvos llenos de cremonas y pastafrolas y Wal-Mart se fue transformando en lo que es hoy: un supermercado muy parecido a Carrefour, que apunta a vender cantidad con los mejores precios.
Lo mejor: las ofertas. Wal-Mart tiene ofertas en muebles de jardín, electrodomésticos, y juguetes muy interesantes durante todo el año.
Lo peor: tienen una sola sucursal en Capital Federal
PLAZA VEA
Plaza Vea tiene el mismo problema de Jumbo (por algo son también los mismos dueños). O te toca o no te toca. A mí no me tocó uno cerca, por ejemplo. Vea tiene, además de pocas sucursales y buenos precios, un problema encantador: si bien es grande y hay muchos productos, no hay tentaciones. No vende nada pero nada superfluo. No hay chocolate importado, ni aceite extra virgen, ni galletitas danesas. Ninguna pavada. Lo que hay son pollos, ravioles, huevos, harina, agua mineral. Es decir, productos que uno necesita de verdad. Esto, que a primera vista parece una carencia, termina siendo una ayuda maravillosa para volver a casa sin haberse tentado con golosinas o bebidas. Sin embargo, si uno quiere hacerse un mimo, hay que ir a otro lugar, porque lo más sofisticado que tiene Plaza Vea, son uvas y mozzarella.
Lo mejor: la panadería tiene pebetes, pan saborizado, ciabattas y focaccia.
Lo peor: la sección de textil y bazar tiene los remanentes de otras tiendas.
EKI, DIA Y LEADER PRICE
Los supermercados hard discount, tan de moda en Europa, son pequeñas tiendas con marcas propias o segundas marcas y pocos empleados que venden un poco más barato que en el resto de los supermercados. Y lo de pocos empleados va en serio. Por lo menos en Eki y en Día no hay ninguno que vaya a limpiar.
Sin embargo, no quiero ser injusta. A pesar de que todos apuntan al mismo público (clase media baja y baja) no son todos iguales. Mientras que Día y Eki son el tren fantasma de los supermercados, Leader Price es más parecido a una tienda standard. Comprar en los primeros es parecido a participar en un reality show de supervivencia. Hay que esquivar fiambres tirados, leches pinchadas, empleados sucios, pisos enchastrados y salir sin haber sufrido una aguda depresión. Leader Price, en cambio, es más agradable. Por la repetición demencial de su logo en todos los productos y la blancura de sus instalaciones, parece un laboratorio inventado por Aldous Huxley.
Lo mejor: los precios bajos.
Lo peor: el alto precio que hay que pagar para comprar más bajo.
Por Carolina Aguirre
JUMBO
Cuando uno camina por los pasillos de Jumbo siente que la crisis del 2001 fue un invento de los medios. Entrar a Jumbo es como viajar en el tiempo. Es normal encontrar centollas, chocolate belga y diez marcas de pasta italiana. Si un producto existe, está ahí. Por más caro o extravagante que sea. Vayan a cualquier sucursal y hagan la prueba. Cuenten la variedad de exquisiteces en la fiambrería, la diversidad de productos congelados, la oferta de té importado, la vastedad de su pescadería o el surtido y la calidad de sus verduras. Y eso no es todo. Lo bueno de Jumbo no acaba en las góndolas. Su patio de comidas es El Bulli de los patios de comida. En vez de ofrecer minutas aceitosas recalentadas en microondas, hay platos de frutas, ensaladas frescas y sopas caseras. Pero esta abundancia tiene –literalmente- su precio. En Jumbo todo cuesta un 50% más que en el resto de los supermercados. Especialmente sus carnes, que duplican los precios de una carnicería barrial.
Lo mejor: siempre tuvo y tendrá la mejor panadería. Siempre fueron pioneros. Si bien sus hornos son Argental como los del resto, sus maestros panaderos son los mejores del gremio. Hay riquísimo pan de centeno, wollkorn, y sus baguettes están lejos de esos tubos gomosos que arruinan choripanes que venden los demás.
Lo peor: Además de caro, tiene sólo 16 sucursales. Uno no puede elegir comprar en Jumbo, sino que Jumbo lo elige a uno. Además, sus ofertas y promociones son para morirse de risa. Tengo una tarjeta Jumbo más desde hace 11 años y todavía no me alcanzan los puntos para canjear una taza.
CARREFOUR
Hace mucho pero mucho tiempo Carrefour era barato y apuntaba a vender en cantidad. Los domingos sus locales se llenaban de familias pellizcando baguettes y cargando latas en changuitos grandes como portaviones. Pero insisto, eso fue hace mucho tiempo. Desde hace algunos años Carrefour se transformó en un supermercado indeciso. Si bien sigue apuntando a la cantidad y mantiene la variedad de productos, una imagen impecable y una buena atención, no se entiende bien a qué público busca. En Barrio Norte se quiere parecer a Jumbo y en Montegrande, quiere pasar por un mayorista. Como sus sucursales están divididas en A, B y C, de acuerdo al poder adquisitivo de su público, la calidad de Carrefour depende de la sucursal. Los supermercados modelo (Vicente López, por ejemplo) son mejores, pero otros tienen pescaderías que desaparecen y aparecen, carnicerías azarosas y una inconstante sección de importados o de bazar. Pero repito: en general, la calidad es más que decente. El mayor atractivo de Carrefour, además de la financiación en electrodomésticos, son las ofertas. Hay 2 x 1, descuentos entre el 20% y el 50% o una botella de vino gratis si llevás cinco de la misma bodega.
Lo mejor: es el único que tiene una buena sección textil. No digo que uno pueda vestirse en Carrefour, pero sí les sugiero que vean la cantidad y calidad de ropa interior, de sábanas y de remeras lisas que ofrecen que no está nada mal.
Lo peor: La verdulería es cara y mala. Venden hortalizas en estado lamentable a precio de oro.
COTO
Sus locales son lúgubres, el layout es confuso, los pasillos son angostos, las góndolas son desprolijas y a veces hay olores raros. Al lado de las tiendas blancas y luminosas de Carrefour, Coto parece un sótano clandestino. Salvo por la cantidad de sucursales que tiene, porque opera en internet y porque fabrica desde sus helados hasta sus sándwiches, Coto no aporta nada nuevo. Ni hay variedad, ni grandes precios, ni una atención esmerada. La panadería, para dar un ejemplo, no tiene un sólo producto bueno. Las tortas y las masas finas son, por lejos, lo peor. Es increíble que alguien se anime a festejar un cumpleaños con esos pasteles de goma espuma con crema artificial o servir a sus visitas esas masas bañadas en chocolate falso y granas de cotillón. Y ni hablar de la rotisería. Yo nunca olí tanto aceite ni vi tantas frituras juntas como he visto en este supermercado. Fríen hasta lo infreíble. Si se llegara a incendiar uno de sus patios de comidas, se prendería fuego desde el microcentro hasta la selva chaqueña.
Lo peor: Alfredo Coto empezó su cadena con una carnicería, pero paradójicamente, las peor carne de Buenos Aires se compra en Coto. Las bandejas chorrean sangre, los bifes vienen cortados gruesos como colchones y las milanesas que a primera vista parecen dignas esconden, pícaras, dobleces llenos de nervios y frunces descartables.
Lo mejor: la verdulería tampoco es muy buena pero tiene algo interesante: vende verdura lista para consumir: zanahoria rallada, champiñones fileteados, flores de brócoli, ramitos de coliflor. Las pastas también son buenas y tienen un par de productos piolas: bollos de pizza amasados para estirar, panqueques, y milanesas de berenjena o zapallito rebozadas.
DISCO
Disco es una versión mucho más modesta de Jumbo (son los mismos dueños). Todo está impecablemente exhibido, la verdulería es chica pero buena y se puede conseguir algunos productos gourmet. Sin embargo, debido a su tamaño y a la ridícula inclusión de productos de lujo, Disco es como más parecido a un almacén que a un supermercado. Es, de todos, el que menos variedad tiene. O al menos el que tiene una variedad más arbitraria. Una sola marca de limpiavidrios o un solo tipo de filtro para café pero media góndola de chocolate importado. Está bien que sus clientes sean oficinistas apurados o parejitas buscando un vino ¿Pero acaso esas parejitas no necesitan detergente para lavar las copas más tarde?
Lo mejor: tiene la mejor carnicería de todas. La oferta es variada, los precios son buenos y la carne es tierna y prolijita. Para un asado improvisado, es una buena opción.
Lo peor: es absolutamente imposible ir al almacén de Disco con una lista y volver todos los ingredientes. Imposible. Sus tiendas sirven para buscar quesitos y snacks. Para lo demás, hay que ir a un supermercado en serio.
WAL-MART
Cuando llegó a la Argentina, hace más o menos doce años, Wal-Mart desembarcó con sus donuts, tortas angel y T-bones decidido a apabullar los hábitos de los consumidores porteños. Pensaban abrir miles de sucursales junto a Home Depot y el Sam´s Club, sin embargo, las ventas de la primera sucursal les pusieron un freno. A pesar de lo que invirtieron en impresionarnos, el público argentino es muy cerrado y ortodoxo cuando se trata de carne y de facturas, y jamás compró, ni para probar, una torta sin dulce de leche. Así, sus donut displays o sus pound cake cabinets se fueron transformando en muebles factureros y mostradores curvos llenos de cremonas y pastafrolas y Wal-Mart se fue transformando en lo que es hoy: un supermercado muy parecido a Carrefour, que apunta a vender cantidad con los mejores precios.
Lo mejor: las ofertas. Wal-Mart tiene ofertas en muebles de jardín, electrodomésticos, y juguetes muy interesantes durante todo el año.
Lo peor: tienen una sola sucursal en Capital Federal
PLAZA VEA
Plaza Vea tiene el mismo problema de Jumbo (por algo son también los mismos dueños). O te toca o no te toca. A mí no me tocó uno cerca, por ejemplo. Vea tiene, además de pocas sucursales y buenos precios, un problema encantador: si bien es grande y hay muchos productos, no hay tentaciones. No vende nada pero nada superfluo. No hay chocolate importado, ni aceite extra virgen, ni galletitas danesas. Ninguna pavada. Lo que hay son pollos, ravioles, huevos, harina, agua mineral. Es decir, productos que uno necesita de verdad. Esto, que a primera vista parece una carencia, termina siendo una ayuda maravillosa para volver a casa sin haberse tentado con golosinas o bebidas. Sin embargo, si uno quiere hacerse un mimo, hay que ir a otro lugar, porque lo más sofisticado que tiene Plaza Vea, son uvas y mozzarella.
Lo mejor: la panadería tiene pebetes, pan saborizado, ciabattas y focaccia.
Lo peor: la sección de textil y bazar tiene los remanentes de otras tiendas.
EKI, DIA Y LEADER PRICE
Los supermercados hard discount, tan de moda en Europa, son pequeñas tiendas con marcas propias o segundas marcas y pocos empleados que venden un poco más barato que en el resto de los supermercados. Y lo de pocos empleados va en serio. Por lo menos en Eki y en Día no hay ninguno que vaya a limpiar.
Sin embargo, no quiero ser injusta. A pesar de que todos apuntan al mismo público (clase media baja y baja) no son todos iguales. Mientras que Día y Eki son el tren fantasma de los supermercados, Leader Price es más parecido a una tienda standard. Comprar en los primeros es parecido a participar en un reality show de supervivencia. Hay que esquivar fiambres tirados, leches pinchadas, empleados sucios, pisos enchastrados y salir sin haber sufrido una aguda depresión. Leader Price, en cambio, es más agradable. Por la repetición demencial de su logo en todos los productos y la blancura de sus instalaciones, parece un laboratorio inventado por Aldous Huxley.
Lo mejor: los precios bajos.
Lo peor: el alto precio que hay que pagar para comprar más bajo.
Por Carolina Aguirre
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